
Durante años hemos escuchado la misma sentencia: «el cine en salas está muriendo». Streaming, plataformas, pantallas en casa, nuevas generaciones. Sin embargo, cuando uno deja de mirar solo la taquilla del fin de semana y observa el ecosistema completo, la historia es muy distinta.
En México, la taquilla acumula 560 millones de dólares en lo que va del año, alrededor de 100 millones menos que en 2024. A primera vista, la cifra parece confirmar el pesimismo. Pero vale la pena ponerla en contexto: el máximo histórico se alcanzó en 2019, con más de 920 millones de dólares, en un mercado y una dinámica que hoy ya no existen tal como los conocíamos.
Cuando analizamos el detalle, aparecen pistas relevantes. Del top 10 de películas más taquilleras, cinco fueron de Disney, cuatro de Warner Bros. y una de Universal Pictures. Todas con clasificación PG o PG-13, salvo El Conjuro 4. La más exitosa fue el live action de Lilo & Stitch, que por sí sola generó cerca de 67 millones de dólares. El mensaje es claro: el público sigue yendo al cine cuando la propuesta conecta emocionalmente y convoca a la experiencia compartida.
Pero quizá el dato más interesante no está en los grandes estudios, sino en un caso que pasó más desapercibido: Soy Frankelda. Con 2.7 millones de dólares en taquilla y alrededor de 820 mil espectadores, logró colocarse en el top 50 general y en el top cinco de películas mexicanas, algo poco común para una animación nacional en stop motion.
A nivel global, los indicadores apuntan en la misma dirección. Crecen los asistentes habituales, aumentan los programas de lealtad y, contra todo pronóstico, los jóvenes están regresando a las salas. No van solo a ver una película; van a vivir una experiencia social. El cine vuelve a ser un punto de encuentro, no solo una pantalla.
Aquí aparece una pista clave para los emprendedores: el valor ya no está únicamente en el producto, sino en el contexto en el que se consume. Salas mejoradas, experiencias inmersivas, alimentos diferenciados y una narrativa clara.
Cuando inversión, innovación y contenido se alinean, el modelo funciona.
La conclusión es clara: el cine no está muriendo. Está cambiando de lógica. Y como suele ocurrir, en esos cambios profundos es donde se abren las mejores oportunidades para emprender, invertir y diferenciarse.