Quienes nacimos entre 1965 y 1980 somos parte de la llamada generación de la crisis. Este calificativo hace alusión a las crisis económicas que acecharon al país durante nuestras primeras décadas de vida. Algunos vivimos la devaluación de finales del sexenio de Luis Echeverría, pero todos sufrimos la tremenda situación ocasionada por el gobierno de José López Portillo. Los años ochenta fueron muy difíciles; inflación descomunal, devaluación, nulo crecimiento y empobrecimiento generalizado. Y unos años después ocurrió el mal llamado error de diciembre que nos regresó a esos episodios de pérdida de poder adquisitivo.
Cuando le platico a mis hijos como fueron mi adolescencia y juventud no lo pueden creer. Es imposible para ellos imaginar un México sin internet, ni McDonald´s, ni televisión de paga, y tampoco imaginan lo que es vivir con incertidumbre permanente. A nosotros nos decían todo el tiempo “no se puede, los precios suben y no sabemos si la próxima semana nos alcanzará”.
Fuimos felices jugando futbol en los parques y en las calles. El yoyo Duncan estuvo de moda, también la Avalancha y la bicicleta Vagabundo. Todo era más sencillo, quizá así lo obligaban las circunstancias. Los niños podíamos salir solos a la calle y regresar antes de las 9. Nuestros padres estaban muy ocupados cuidando el dinero o quizá buscaban de donde obtenerlo, mientras tanto nosotros éramos libres, hasta descuidados. Era un México que aún no perdía su bondad, incluso entre los delincuentes había límites éticos; a los niños, las mujeres y los ancianos no los agredían.
Entonces tomó el poder una nueva generación de políticos formados en universidades extranjeras. La llamada tecnocracia que llegó al gobierno con Carlos Salinas de Gortari, comprendía las tesis económicas que el mundo occidental estaba adoptando. Era el fin del modelo del estado de bienestar que se instrumentó después de la Segunda Guerra Mundial, el cual ponía énfasis en el gasto social para compensar a la población más pobre y vulnerable, además de estimular el crecimiento económico mediante el gasto público en infraestructura.
La realidad de las economías occidentales había cambiado, se había recuperado la industria y también la infraestructura básica como carreteras, puertos y vías férreas. La sociedad vivía con relativa paz a pesar de la tensión con el bloque de la Unión Soviética. La democracia liberal como forma de gobierno era ampliamente valorada por los ciudadanos. Por lo tanto, ya no era sostenible ni necesario esa orientación del gasto público, tampoco era lógico el mantener un esquema de comercio mundial obstaculizado por impuestos y aranceles. Al contrario, se pensó correctamente que una economía globalizada e integrada sería un incentivo para la paz porque encarecería los costos a un país de invadir a otro.
Mientras eso ocurría en occidente, México se subió a la tendencia de la globalización e hizo una serie de cambios estructurales a su economía y a su sistema político. Un poco obligados por las medidas impuestas por los organismos internacionales que eran nuestros acreedores y otro tanto por el rumbo que había tomado el mundo, el país transitó de una pseudo democracia de partido hegemónico a una democracia con instituciones que aseguraban alternancia política mediante elecciones libres y creíbles. México se abrió al comercio con el mundo y entre los aciertos más notables estuvo la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC) que transformó la relación con Estados Unidos, al convertirnos en socios de la súper potencia. En las décadas posteriores a la firma del TLC, México logró integrarse a las cadenas de producción industrial norteamericana y ser un factor clave en la competitividad económica de Estados Unidos.
La primer transición política y económica que experimentó mi generación, fue hacia un modelo de economía de mercado integrada al mundo globalizado y de democracia como régimen de derechos que protegen a los ciudadanos de convertirse en vasallos del Estado. Los cambios fueron lentos, tomaron décadas, reformas y más reformas, a veces se avanzaba y otras no tanto. El modelo funcionó y México se modernizó, avanzó mucho más que cualquier país latinoamericano, quizá solo Chile progresó más que nosotros entre 1990 y 2018.
Claro que se cometieron errores y también hubo corrupción y abusos, un cáncer que ni los nacionalistas ni los tecnócratas han podido erradicar de nuestra cultura.
Los impactos en la vida cotidiana de las familias fueron abruptos al principio y luego todo se normalizó. La gente se acostumbró a la libertad y a la alternancia, a la economía de mercado, a la globalización y a los programas de los gobiernos de aquellos años. Lo que al principio fue novedoso y aplaudido, con el tiempo se volvió cotidiano y se pensó que era necesario un cambio. La nueva libertad de expresión combinada con las redes sociales y con las instituciones democráticas, permitieron que los discursos anti-sistema de políticos populistas como López Obrador, fueran escuchados y ganaran el poder por la vía democrática.
Ganar el poder no significa tener la razón ni gozar de alguna superioridad moral. En mi concepción política, quien gana una elección es consecuencia de utilizar mejor sus recursos en las circunstancias específicas de una elección. La razón se demuestra con resultados de gobierno, no con discursos políticos ni con propaganda.
Ese nuevo grupo que ganó el poder político en México está empeñado en transformar el modelo de país. Los cambios a las instituciones políticas y económicas que impulsa la 4t son la segunda transición que experimentará mi generación. Lo que proponen López Obrador y su grupo es regresar al modelo que nos llevó a perder dos décadas de desarrollo.
La experiencia de países como Venezuela, Nicaragua, Cuba o Bolivia no debería de alentarnos, al contrario, debería de preocuparnos. Si el camino que propone este gobierno es similar al de otros regímenes autoritarios de Latinoamérica, es lógico anticipar una transición a la crisis, a una crisis de proporciones terribles.
México no es una isla, es la décimo quinta economía del mundo. Cualquier decisión que tome nuestro gobierno tendrá consecuencias para la gente, en la región de Norteamérica y a escala global. Ojalá que quepa la prudencia y se valore lo que avanzamos en consonancia con el mundo desarrollado y civilizado. Y si la 4t se empeña en destruir a las instituciones democráticas y el régimen de libertades, esperemos que la vida nos dé ocasión de vivir una tercera transición, mi generación ya sabe de qué se trata.
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