La derrota cultural

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Las elecciones suelen arrojar victorias y derrotas políticas entre adversarios. Rara vez un resultado electoral tiene como desenlace una derrota o una victoria cultural. Eso último fue lo que ocurrió en las elecciones del 2 de junio en México.

Entre otras cosas buenas, la democracia consigue que los cambios de grupo en el poder se efectúen de manera ordenada y pacífica. En un país con instituciones electorales que funcionan ya no es necesario ir a la guerra o atentar en contra de la integridad de quien detenta el poder, como sí ocurría en un pasado no tan remoto.

El método democrático es el mejor de todos pero tiene algunas desventajas, una de ellas, es que la democracia misma se puede destruir o comprometer por vías democráticas. Si el grupo que gana unas elecciones logra una amplia mayoría, podría interpretar que su mandato le alcanza para destruir las leyes e instituciones democráticas. Así ha ocurrido en muchos países a lo largo de la breve historia en que la democracia ha estado vigente, recordemos los casos de la Alemania Nazi o de la Venezuela chavista.

Las pretensiones autoritarias se pueden consolidar por vías democráticas a pesar de que existan controles legales que pretendan evitarlo. La ignorancia y la manipulación colectiva mediante la propaganda son la pareja perfecta para destruir a los sistemas democráticos. Las masas nunca reflexionan, actúan motivadas por estímulos emocionales, y en estos tiempos es mucho más sencillo movilizarlas gracias a las redes sociales.

La democracia del tercer milenio debe adaptarse a las condiciones de un entorno digital hiper estimulado, pero operado para seres cuyas capacidades cognitivas tienen las mismas limitaciones que tenían cuando la información se comunicaba de boca a oído.

Esperar que la cultura de las masas sea capaz de discriminar los estímulos provenientes de discursos políticos cargados de mentiras y medias verdades; creer que las masas serán conscientes de las consecuencias perniciosas de entregarle todo el poder a un mismo grupo, son errores históricos que se pagan a un alto costo. Por lo tanto, el sistema debe defenderse a toda costa, la democracia como régimen político debe resistir ante un mandato popular que, lo sabemos de sobra, es temporal y coyuntural.

En estos momentos nuestro sistema democrático está en riesgo, pende de un puñado de jueces electorales que determinarán el criterio de asignación de diputados plurinominales de la próxima legislatura. Si acaso esos jueces interpretan correctamente los límites que la propia ley señala, la democracia dependerá de que todos diputados y senadores de la oposición voten en contra de las reformas que pretenden modificar el sistema. Si esos jueces o esos legisladores ceden ante las pretensiones del régimen, nuestra democracia estará a merced de un grupo de poder, ya no habrá controles ni límites políticos o institucionales que impidan su destrucción.

La libertad es un bien anhelado por las sociedades que no la tienen y muchas veces despreciado por aquellas que la disfrutan. Conservar la libertad exige que quien la posee lo haga con responsabilidad. El problema es que las masas, el pueblo más bueno que sabio, suele despreciar la libertad y sus instituciones a cambio de un buen cuento y unos pesos.

El resultado de las últimas elecciones es consecuencia de una derrota cultural. Los tecnócratas y liberales que detentaron el poder político durante 3 décadas fueron omisos en cambiar la cultura mexicana. Creyeron que había llegado el fin de la historia en el que la democracia y sus instituciones nunca serían atacadas. Olvidaron promover el cambio más importante para que la nuestra fuese una sociedad de ciudadanos responsables.

Ahora el país está a punto de entrar por un camino en el que lo público será administrado por la gracia de un gobernante y no por un régimen de derechos. Usted y yo, de aprobarse la reforma judicial, en la práctica habremos perdido la categoría de ciudadanos y volveremos, como en la edad media, a ser vasallos de quien detente el poder. No exagero y con gusto lo podemos discutir con quien tenga dudas.

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