Pocas horas después de que los insurgentes islamistas entraran a Damasco y dieran por derrocado al presidente, Bachar al Asad, el principal paso fronterizo entre el Líbano y Siria se llenó de refugiados ansiosos por regresar a su país tras casi 14 años de guerra, en medio de un ambiente festivo.
Mientras una larga hilera de vehículos aguarda para entrar al territorio sirio a través del cruce de Masnaa, nuevos coches van llegando cargados de refugiados sonrientes que, con los dedos, dibujan señales de la victoria a todo el que por casualidad mire hacia sus ventanillas.
En las inmediaciones del paso, grupos de jóvenes marchan con las manos en alto portando banderas de la oposición siria, entre gritos acompasados de “Alá es grande” o “Libertad y seguridad a pesar de ti, oh Al Asad”. Las celebraciones se extienden también a los balcones de las casas y a las caravanas de coches.
“Nuestra vuelta a Siria representa un sentimiento que no puedo describir. Yo era buscado por los servicios de inteligencia militar, de la seguridad militar y de los servicios de inteligencia aérea”, reconoce a EFE un hombre que espera en el cruce junto a su madre y uno de sus sobrinos.
“Estaba como encarcelado aquí en el Líbano, gracias a Dios ha caído el régimen y estoy regresando”, agrega.
13 años sin abuelos
En la ajetreada sala de control de pasaportes, Rania ya trata de obtener también el visto bueno para cruzar la divisoria rumbo a las afueras de la capital siria, adonde esta madrugada entró la coalición de grupos islamistas y proturcos que había estado robando terreno a las tropas gubernamentales.
En poco más de diez días, coincidiendo con el alto el fuego en el Líbano, los insurgentes avanzaron sin topar apenas resistencia desde el noroeste del país, donde hasta entonces se concentraban los últimos bastiones opositores del país árabe.
“No puedo decir cómo me siento porque es grande, grande, grande. No puedo expresarlo, estoy tan feliz”, explica a EFE Rania, que llevaba trece años en el Líbano, esperando para poder poner un pie en su Siria natal.
Hoy, corrió al paso fronterizo con su familia dispuesta a regresar a Zabadani, su localidad de origen a las afueras de Damasco. Sin embargo, pese a que la ciudad se encuentra a apenas 15 kilómetros del cruce, están teniendo dificultades con los papeles de su hija, Rayan.
“En trece años, es la primera vez que voy a ir a Siria (…) Mis abuelos viven allí, de 17 años que tengo, en trece años no los he visto”, comenta a EFE la adolescente, al describirse como “muy emocionada” ante todo lo que está ocurriendo.
Aún tienen “algunas esperanzas” de poder cruzar este mismo domingo y, si no, aseguran que volverán día tras día hasta que puedan hacerlo.
Como muchos otros de los 1,5 millones de refugiados residentes en el Líbano, el mayor número per cápita del mundo, que no han podido regresar desde que huyeron al inicio del conflicto desatado a raíz de las revueltas populares de 2011 contra Al Asad, que sumió a Siria en una cruenta espiral de violencia.
Celebraciones
Las congregaciones de celebración se extendieron también a otras poblaciones cercanas con un número importante de refugiados sirios, como Bar Elias, al tiempo que algún grupo de motociclistas se arrancaba a aplaudir la “liberación” de Damasco por estas carreteras del libanés Valle de la Bekaa.
Halim al Khatib es libanesa, no siria, pero se puso a repartir dulces a las caravanas de coches que iban entrando a Masnaa, portando una bandera del partido suní Movimiento de Futuro, del asesinado ex primer ministro del Líbano Rafic Hariri.
El dirigente murió en un atentado en 2005 por el que están acusados miembros del grupo chií libanés Hizbulá, pero que en el Líbano muchos atribuyen en última instancia al Gobierno de Al Asad, quien dicen que habría dado la orden a la formación armada.
“Por el alma de Rafic Hariri y porque Bachar al Asad ha caído (…) Se ha hecho venganza”, sentencia la mujer en declaraciones a EFE, tras entregar por la ventanilla de un vehículo la última chuchería que le quedaba en la bandeja.
Mientras, más y más coches siguen llegando al cruce, muchos con niños que nunca han conocido su país o que lo abandonaron antes de poder tener recuerdos, como las hijas de una de las últimas mujeres que se unen a la cola de vehículos.
“Mi hija ahora tiene trece años, pero queremos volver solo para ver nuestro país”, sentencia.