Destrucción de la aldea global

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Son tiempos de cambios y reacomodos de polos de poder en el mundo. La aldea global que una generación fue capaz de soñar y de comenzar a configurar está en vías de destrucción.

Los nacionalismos como ideología y los populismos como estilo de liderazgo y estrategia política, son los factores comunes en este proceso de cambio tan profundo como peligroso.

La premisa sobre la que se fundó el proyecto de globalización es la de instaurar un modelo de paz duradera entre las naciones. Se pensó en un mundo en el que todos hacían negocios con todos, lo que significaba intercambio de mercancías, de servicios, de instrumentos financieros, de personas, de ideas y de culturas. Al amparo de los negocios la sociedad mundial se acostumbraría a las diferencias culturales, sería más tolerante y percibiría innecesario e incluso costoso el hacerle la guerra al vecino.

En un mundo globalizado ya no tendríamos la necesidad de criticar al que venere a un Dios extraño, tenga costumbres, color de piel, idioma o intereses distintos a los nuestros. La tolerancia como cultura global y los negocios como una constante que vincula a las naciones, serían los constructores de la paz mundial. Eso fue una idea atractiva que comenzó a hacerse realidad, pero las resistencias fueron más fuertes.

La democracia liberal fue el medio propicio para que los nacionalismos populistas crecieran hasta tomar el poder. Los líderes políticos más fuertes en este momento comparten los mismos sesgos ideológicos y de estilo político. Pensemos en Donald Trump en Estados Unidos, Vladimir Putin en Rusia, Narendra Modi en la India, Viktor Orban en Hungría, Tayyip Erdoğan en Turquía, Nayib Bukele en El Salvador, por supuesto MORENA en México, y muchos otros que están en el poder o pronto lo harán. Todos son expresiones de sociedades que optaron por resistir a la tolerancia como cultura y son en esencia liderazgos iliberales de corte autocrático.

Las consecuencias al interior de cada país y en la configuración del mundo están todavía por conocerse. Ucrania será una de las primeras víctimas de esta nueva ideología que ha tomado el poder, le seguirán Palestina y Taiwán, después no sabemos, podría ser México. En esta reconfiguración del mundo liderado por visiones nacionalistas de corte autocrático y con la tendencia a utilizar la violencia como forma de reafirmar su poder, entramos a un escenario inédito en la historia.

Desde una perspectiva menos política y más antropológica, me parece que hay un exceso de testosterona, adicción a la adrenalina y a las endorfinas entre los que tomaron el poder en el mundo. Este popurrí de gónadas exaltadas se generó al interior de las naciones, es una expresión genuina del comportamiento predominante en nuestras sociedades. Las élites intelectuales y económicas fueron incapaces de detener lo que hace 70 años Orwell vaticinó en su novela “Rebelión en la Granja” (lectura no apropiada para mentes débiles).
Hoy vivimos esta peligrosa nueva realidad. Nadie podrá decir que la destrucción que ocurrirá será ilegítima desde un punto de vista político, ya que esos líderes se empoderaron por decisión de una mayoría irreflexiva e irresponsable en elecciones democráticas. Lo mismo ocurrió hace casi 100 años en Europa y todos conocemos las consecuencias, aunque casi nadie recuerda ese aprendizaje.
El problema para las generaciones jóvenes de hoy es que no saben cómo será el mundo que heredarán de los nacionalismos populistas. Ese era un problema que no existía con los aburridos y predecibles liderazgos de antes. Como dice el clásico contemporáneo “disfruten lo votado”.

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