
Durante años, el nombre de Agua de Puebla fue sinónimo de desencuentros.
Desde que en 2014 se concretó la concesión del servicio —en un proceso rápido, opaco y sin consulta ciudadana—, el organismo ha vivido una tensión constante entre su naturaleza técnica y su responsabilidad social.
En el centro de esa contradicción, la atención al usuario fue relegada a un segundo plano. Lo sabemos: convenios poco claros, cortes indiscriminados, y una sensación persistente de que el agua era más negocio que derecho. Y eso, en una ciudad como Puebla, duele.
Pero esta semana, una decisión administrativa parece haber iniciado una ruptura con ese pasado. La salida de una de las funcionarias con más años al frente del área comercial —una figura clave del modelo que encabezó Héctor Durán— representa más que un cambio de nombre: es un gesto político e institucional. Uno que sugiere que la reestructura va en serio.
No es un movimiento aislado. En los últimos meses, bajo la dirección de Jordi Bosh Bragado, Agua de Puebla ha comenzado a mostrar señales de transformación real.
Se ha comprometido una inversión de más de 2 mil millones de pesos en la renovación de pozos, redes y estaciones de bombeo.
El programa “Regularízate” ya ha beneficiado a más de 66 mil usuarios en colonias vulnerables, permitiéndoles recuperar su acceso al agua sin condiciones punitivas.
Proyectos de saneamiento, potabilización y reuso están en marcha, con estándares alineados a la NOM-127-SSA1.
Y se ha brindado apoyo técnico emergente a municipios colapsados como Xoxtla, donde las redes locales ya no daban para más.
Todo esto no ocurriría sin un equipo. Detrás de cada obra, detrás de cada pipa que llega a una colonia, hay más de 1,200 trabajadoras y trabajadores que —más allá de la nómina— defienden su oficio, sus familias y su lugar en la ciudad. Ellos también padecieron la desconfianza sembrada en años anteriores. Y ellos también están dispuestos a demostrar que es posible hacerlo distinto.
La ciudad, por su parte, está observando. Con razón y con escepticismo.
La gente ya escuchó muchas veces la promesa de que “ahora sí las cosas van a cambiar”. Pero quizá esta vez, las acciones empiecen a respaldar la frase.
Porque la transformación de una empresa pública no comienza con un discurso ni con una rueda de prensa. Comienza en casa. En sus pasillos, en su forma de tomar decisiones, en la dignidad con la que se trata a quien trabaja dentro y a quien toca la puerta desde fuera.
Agua de Puebla aún tiene mucho que demostrar.
Pero si la limpieza sigue, si la técnica va de la mano con el sentido humano, si el control da paso al servicio, entonces sí: hay razones para pensar que el agua puede volver a ser sinónimo de justicia.
Y eso, en estos tiempos, ya es una noticia extraordinaria.