Claudia Sheinbaum: la voz femenina del poder armado y patrio

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Anoche México escribió una página que ningún cronista puede ignorar: por primera vez en 215 años de historia republicana, una mujer –la presidenta Claudia Sheinbaum– dio el Grito de Independencia desde el balcón central de Palacio Nacional. No es un acto menor. No es sólo un rito cívico envuelto en banderas y fuegos artificiales: es la imagen de una transformación simbólica que trasciende las paredes del Zócalo y se proyecta al mundo.

La jefa de Estado no sólo agitó el lábaro patrio; también lo hizo como comandanta suprema de las Fuerzas Armadas de México. Y ahí está la otra pieza de esta ecuación histórica: la primera mujer que encarna al mismo tiempo el mando político y militar de la nación.

Durante siglos, la mujer en la narrativa patria fue relegada a papeles secundarios: Josefa Ortiz de Domínguez, heroína que conspiró en la sombra; Leona Vicario, cuya valentía fue reconocida tardíamente; miles de soldaderas que acompañaron al Ejército Insurgente o a las tropas revolucionarias, sin estatuas ni bustos en los parques. Las mujeres estaban en la trinchera, en la retaguardia, pero rara vez en el podio de mando.

Anoche, ese mismo balcón desde el que gritó Hidalgo en efigie, y por el que pasaron Juárez, Díaz, Madero, Cárdenas, López Mateos, Echeverría, López Obrador, fue tomado por una científica, académica y política que carga sobre sus hombros no sólo el peso del poder, sino la expectativa de millones de mexicanas que ven en ella un espejo y una grieta abierta en la muralla del machismo.

El mensaje al mundo

El gesto no es sólo local. En un planeta donde aún se cuestiona si las mujeres están “preparadas” para ejercer el mando militar, Sheinbaum ondeó la bandera como jefa de las Fuerzas Armadas. Un mensaje contundente: México, tierra de caudillos y bayonetas, ahora se ve representado por una presidenta que ejerce el mando castrense sin pedir permiso ni disculpas.

El eco viaja lejos: en América Latina apenas unas cuantas mujeres han ejercido el poder presidencial, y menos aún en naciones con instituciones militares tan pesadas y con un simbolismo tan arraigado en la figura del “hombre fuerte”.

Claro, no faltarán quienes señalen la paradoja: un país que sigue arrastrando feminicidios, desigualdades lacerantes y estructuras patriarcales, celebrando la imagen de una mujer en el balcón. Y tendrán razón: la foto no borra las deudas. Pero también es cierto que las imágenes son poderosas, porque abren grietas en la piedra de la costumbre.

Cuando Sheinbaum vitoreó a Hidalgo, Morelos y Guerrero, así como las mujeres indígenas y heroínas anónimas, el eco no sonó igual que en sexenios pasados. La diferencia no estuvo en el guion, sino en la voz que lo pronunció: una voz femenina, histórica, cargada de simbolismo. Una voz que, guste o incomode, quedará inscrita en los anales de la memoria patria.

La historia no suele avisar cuando da un giro. Anoche lo hizo con claridad: México tiene por primera vez a una mujer que grita “¡Viva México!” desde el balcón presidencial, que porta el mando supremo de las Fuerzas Armadas y que manda un mensaje inequívoco al mundo: las mujeres ya no están en la retaguardia de la historia, sino al frente de la plaza pública y militar.

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