
La mañana en San Miguel Xoxtla amaneció tibia, con ese sol que se filtra entre los árboles del Parque PAVIGI y hace brillar la tierra como si todo empezara de nuevo. No hubo templete ni protocolo. Solo la gente, con sus palas, sus cubetas y sus preguntas. Y entre ellos, la presidenta municipal Guadalupe Ortiz, vestida igual que cualquiera, con el micrófono en la mano y la voz quebrada por momentos.
No era un discurso para los medios, sino una conversación con su pueblo, a pie de tierra, frente al sitio donde —si todo sale bien— se perforará el nuevo pozo que abastecerá de agua a Xoxtla. Un proyecto de 16 millones de pesos gestionado ante el gobierno estatal, pero que ha levantado resistencias y rumores.
Ortiz habló sin adornos, directa:
“Si no se hace esta obra, Xoxtla se queda sin agua. No se va el agua, se van las oportunidades”.
La frase cayó como piedra en el silencio. Algunos asentían, otros cruzaban los brazos, escépticos. Pero ella siguió, con tono más de vecina que de alcaldesa. Explicó los motivos, uno por uno, con una claridad que pocas veces se escucha en la política local: el recurso no sale del ayuntamiento, el espacio será mínimo, el parque no desaparecerá, y la obra beneficiará solo a los habitantes del municipio.
Dijo algo más, que pareció tocar una fibra profunda: “Durante años les prometieron cosas que no se cumplieron. Y yo lo entiendo. Pero si dejamos pasar esta oportunidad, el recurso se va, y entonces no será la autoridad la que falle, seremos todos los que perdimos”.
El ambiente, antes tenso, fue cambiando poco a poco. No hubo aplausos forzados, solo un murmullo de aprobación, el tipo de respaldo que se construye con hechos, no con discursos.
Esa faena —más que un acto político— fue un ejercicio de confianza, de esos que la gente solo concede cuando ve coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Guadalupe Ortiz no prometió milagros ni buscó likes: pidió acompañamiento, participación y vigilancia. “Quiero que ustedes vean cómo se hace, paso a paso”, insistió.
En un país donde la desconfianza es ya un reflejo, ver a una autoridad hablar sin guión, sin poses, con la humildad del que sabe que gobierna por mandato y no por poder, resulta insólito.
Quizá por eso su frase se quedó flotando en el aire, entre la arena y las risas de los niños que jugaban cerca:
“El agua no se va, se van las oportunidades”.
Y tal vez tenía razón. Porque hay momentos en que los pueblos no se juegan solo una obra, sino su posibilidad de creer otra vez.