Uruapan, una mirada de 360 grados

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El asesinato de Carlos Alberto Manzo Rodríguez, presidente municipal de Uruapan, Michoacán, lleva a varias reflexiones y precisiones informativas –que son indispensables ante la intención de la oposición de lucrar con el lamentable caso– que hay que expresar sin eufemismos.

Se trata de una tragedia, personal, familiar, comunitaria y social de alcance nacional que no se debe minimizar, pero tampoco se debe utilizar con aviesos fines.

Efectivamente, Manzo Rodríguez fue un funcionario y un político empático, comprometido, con sus ciudadanos y ciudadanas, cercano, franco y, por ello, muy popular.

Tras condenar el asesinado, la presidenta de la República, Claudia Sheinbaum Pardo, confirmó que la Guardia Nacional “mantenían comunicación con el alcalde y contaba con protección federal”.

Es importante precisar que el debate que el alcalde independiente, quien antes fue militante y diputado federal por Morena, mantenía con el Gobierno de México era sobre el método de cómo enfrentar a los delincuentes.

No era un opositor beligerante, pero sí tenía una visión particular y propia sobre la seguridad.

Dijo en varias ocasiones, sobre todo en reuniones públicas, que a los delincuentes había que combatirlos frontalmente con fuerza letal. Literalmente matarlos, “abatirlos”, con armas, así amenazó a los grupos criminales y llamó a los ciudadanos a levantarse en armas.

“La gente está hasta la chingada; quiero hacerle un llamado a la delincuencia organizada, que no se metan con los buenos y si ustedes no se aplacan, puede haber un levantamiento en armas”, expresó en septiembre pasado, al cumplir un año en el cargo de alcalde.

La declaración fue muy popular y más en las graves condiciones de inseguridad que padece Uruapan. Pero no se puede llamar a los ciudadanos a convertirse en carne de cañón, por más entendible que suene.

Ese fue el debate de Manzo con el Gobierno de México, sobre el método de la seguridad pública y el combate a la delincuencia, pero Uruapan efectivamente estaba en la atención de la Estrategia Nacional de Seguridad, con presencia de la Guardia Nacional y el personalmente con seguridad federal y municipal y se transportaba en vehículos blindados, como él mismo lo explicó en varias ocasiones, por las condiciones de su labor.

Sin embargo, nadie y menos aún una autoridad pude convocar a desatar una masacre armada en el país, ni en ninguno de sus territorios, porque está el Estado de Derecho, al que se aspira fortalecer y con el que se cumple, precisamente, para alcanzar la paz.

El terrible crimen pone también de relieve que falta mucho por hacer y no será sencillo, porque la llamada “guerra contra el narco”, que comenzó, precisamente en Michoacán en 2006, Felipe de Jesús Calderón Hinojosa, como un desesperado intento de legitimarse tras las evidencias del fraude electoral, tiene secuelas largas y perversas; las consecuencias no terminan de sufrirse.

También, sin eufemismo, hay que decir que la supuesta estrategia de “abrazos, no balazos”, que es más una frase coloquial que un verdadero eje de seguridad, del presidente Andrés Manuel López Obrador, dejó la sensación de que nada se hacía contra la delincuencia.

La frase, con la que López Obrador quiso verse “empático” y humanista, fue al final de cuentas muy desafortunada, pues mientras sí había acciones y estrategias, en un sector del imaginario colectivo se quedó ese dicho y la sensación de que los delincuentes tenían carta abierta para sus actividades; se permitió la percepción de que nada se hacía y el gobierno estaba inmóvil.

A esto, hay que sumar la deleznable actitud de la oposición y sus agentes fascistas, quienes sin pudo y sin respeto al dolor de la familia del alcalde y la comunidad de Uruapan, todo Michoacán y del país, han intentado lucrar con el asesinato de Carlos Manzo.

Los conocemos de sobra, pero no deja de sorprender su actitud miserable e infrahumana.

Con todo eso ha tenido que lidiar la actual administración que tiene resultados medibles positivos respecto del cambio de estrategia.

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