
El presidente polaco, Karol Nawrocki, cumple este viernes sus primeros 100 días en el cargo con un ambiente político polarizado, que tiene su reflejo tanto en la sociedad como en sus enfrentamientos con el primer ministro Donald Tusk, la disputa de competencias entre ambos y la división en áreas como la Justicia y la política exterior.
Nawrocki, de ideología ultraconservadora y nacionalista, ha desactivado importantes iniciativas del Gobierno liberal y pro europeo de Tusk con trece vetos a leyes ya aprobadas por el Parlamento y en sus once viajes al extranjero ha desarrollado su propia estrategia diplomática, con la que se ha desmarcado del Gobierno de Tusk.
Como presidente, la agenda exterior de Nawrocki se ha caracterizado por ser claramente euroescéptica y estar en sintonía con el presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
A pesar de provenir de un ambiente alejado de la política profesional y de no estar afiliado a ningún partido, Nawrocki, de 42 años, se ha revelado como un presidente decidido a dejar huella y aprovechar todas las prerrogativas que le concede la Constitución.
Así, por ejemplo, se ha negado a firmar el nombramiento de nuevos jueces o el ascenso de oficiales de Inteligencia, además de desautorizar abiertamente en foros internacionales a ministros del Gobierno y al propio Tusk.
Con una gestión que ha buscado diferenciarse radicalmente del Gobierno de Donald Tusk, Nawrocki se ha centrado en el cumplimiento inmediato de las promesas de su campaña electoral, en contraposición a las críticas contra Tusk de no haber materializado ningún logro decisivo en dos años.
Eso, y la habilidad que ha demostrado para galvanizar al electorado conservador, que estaba en un proceso de crisis tras la derrota en las generales de 2023, ha hecho que ahora mismo Nawrocki sea el político más valorado del país y que, en una encuesta publicada este viernes, el 56 % de los polacos valoren positivamente sus primeros cien días.
A Nawrocki se le atribuyen posturas nacionalistas más afines a las de formaciones ultras como Confederación o Movimiento Nacional que al propio Ley y Justicia (partido conservador que respaldó su candidatura como presidente).
Además, ha logrado atraer a gran parte de la base electoral e ideológica del ala más radical de la derecha polaca, formada en su mayor parte por jóvenes, lo que lleva a que se le considere un líder de futuro.
El coste de esta actitud combativa ha sido el de una profunda polarización social y continuas tensiones en las relaciones con el Parlamento, el Gobierno y algunas instituciones fundamentales, como el Tribunal Supremo, el cuerpo diplomático de embajadores, los servicios de Inteligencia o los medios de comunicación estatales.
En política exterior, Nawrocki también se ha bifurcado en dos vías prácticamente opuestas: la del Gobierno, que apoya incondicionalmente a Ucrania, a la Unión Europea (UE) y a la OTAN; y la de Nawrocki.
El jefe de Estado polaco se ha negado repetidamente a visitar Kiev, se opone a la entrada de Ucrania en el bloque comunitario y prefiere una estrecha colaboración bilateral con Washington antes que integrarse en iniciativas de defensa europeas, además de considerar a Bruselas como “burócratas colonialistas”.
La interpretación “expansiva” de las competencias presidenciales con la que Nawrocki ejerce su cargo no tiene precedentes en la política polaca, y, según expertos como Szymon Ossowski, profesor de la Universidad de Poznán citado por la agencia ‘PAP’, ahí radica su éxito y la percepción positiva que tiene de él gran parte del electorado.
En las grandes ciudades, el 46 % de los encuestados desaprueba la política intervencionista y de confrontación del presidente, mientras que es en las poblaciones de menos de 50.000 habitantes donde Nawrocki tiene una opinión más positiva, con un 74 % de aprobación.
En un país donde el presidente tiene competencias políticas sustanciales, que Nawrocki ocupe la Jefatura del Estado mientras gobierna Tusk ha puesto de relieve que no sólo la sociedad, sino también el poder, están divididos en Polonia.