
Hay iniciativas que suenan simples, casi domésticas, pero que en realidad tocan las fibras más profundas de un sistema educativo desigual. La propuesta del diputado José Luis Figueroa Cortés —crear guarderías dentro de universidades públicas y privadas— pertenece a esa rara especie: una idea sensata que, además de justa, es urgente.
La universidad no es un lujo, es una oportunidad
En un país donde ser madre joven aún se castiga con el estigma del “truncó su futuro”, el hecho de que una estudiante pueda dejar a su hijo en una guardería dentro del mismo campus no es un capricho: es una herramienta de supervivencia académica. Según datos del INEGI, la maternidad y la paternidad tempranas siguen siendo una de las principales causas de deserción escolar en mujeres de entre 18 y 25 años.
Por eso, cuando el legislador del Partido del Trabajo plantea que la SEP de Puebla explore este modelo, no está hablando sólo de cuidado infantil. Está hablando de igualdad real: de permitir que una joven madre no tenga que elegir entre entregar una tarea o alimentar a su hijo.
Un espejo que refleja carencias
En México no existe una ley que obligue a las universidades a ofrecer guarderías. Algunas lo hacen por convicción, como la UNAM o la Universidad de Guadalajara, donde los llamados CENDIS han sido una luz entre tanta burocracia. Pero son excepciones, no la norma.
Mientras tanto, cientos de alumnas en universidades tecnológicas, institutos y normales se enfrentan cada día al mismo dilema: ¿quién cuida a mi hijo mientras estudio? En la mayoría de los casos, la respuesta es la abuela, una vecina o, tristemente, nadie.
Europa ya entendió el punto
En el Viejo Continente, la ecuación está resuelta desde otro enfoque: no se exige que cada universidad tenga una guardería, pero sí que el Estado garantice servicios de cuidado infantil asequibles y cercanos. Alemania, por ejemplo, cuenta con las Kitas universitarias; en el Reino Unido, los nurseries en campus o convenios con ayuntamientos son comunes. La diferencia es que allá la maternidad no se considera un obstáculo académico, sino parte de la vida que la educación debe acompañar, no castigar.
El costo de la indiferencia
Por supuesto, montar una guardería universitaria no es barato. Implica infraestructura, personal capacitado, alimentación, seguros y certificaciones. Pero el costo de no hacerlo es mucho mayor: la pérdida de talentos, la perpetuación de brechas de género y la condena a que la maternidad siga siendo sinónimo de renuncia.
Además, existen modelos híbridos viables: cuotas simbólicas de recuperación, fondos mixtos, alianzas con DIF o incluso con el propio sistema educativo estatal. Es cuestión de voluntad, no de imposibilidad.
Educar también es cuidar
Si la educación es el motor del desarrollo, la guardería universitaria es el aceite que permite que ese motor no se frene por razones biológicas o sociales. Las aulas no deberían cerrarse a quienes decidieron ser madres o padres jóvenes. Una universidad con cuna no es una ocurrencia populista: es un acto de justicia generacional.
La propuesta de José Luis Figueroa no sólo invita a legislar, sino a humanizar la educación superior. Porque el futuro —ese que tanto invocan los discursos políticos— no se construye sólo con pizarras y exámenes, sino también con sonajas y cunas cerca del aula.
Al final, se trata de entender algo tan simple como poderoso: educar también es cuidar.
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