
El momento político y social por el que atraviesa Estados Unidos es delicado y preocupante, una muestra del punto de inflexión que vive la escena mundial en el acelerado sistema que consume cada día vorazmente y de manera desmedida y deshumanizante, recursos, territorios, derechos y vidas; todo bajo una narrativa que responde y da gusto a la avaricia y cada vez más inhumana sed de riqueza y poder que alimenta el capitalismo (y algunas otras causas, como las de índole religioso). Así como la intolerancia que se crea hacia las formas de vida y los grupos sociales o raciales que no comulgan con la mayoría (sin importar si los mismos llevaban años siendo libres ya o el retroceso que esto implique en cuestión de derechos humanos). Y que decir de los discursos de odio y actos violentos perpetrados por individuos comunes con la bandera de una causa que solo coacciona la libertad de muchos y lleva una falsa creencia de superioridad que estos mismos provocan; como lo hemos visto en los casos de nuestros compatriotas viviendo momentos difíciles en el vecino país del norte por la discriminación en las calles y violación a su propio espacio; o peor aún, los actos perpetrados a comunidades extranjeras que tanto vemos en las noticias, pero pierde relevancia cuando son ejecutados por un hombre blanco.
Es aquí cuando el arte, como el entretenimiento y la música, no pueden ni deben (y en definitiva no quieren) quedarse calladas, utilizando “spots” masivos que pueden servir como plataforma para llevar un mensaje de lucha y revolución. Algunos mensajes directos, otros más sutiles y hasta difíciles de leer a primeva vista, más aún cuando la problemática que retrata no llega a ser de dominio o conciencia global en su totalidad; y el medio tiempo del Super Bowl LIX que tuvo lugar el fin de semana pasado en Nueva Orleans es el mejor ejemplo de todo esto.
Protagonizado por la estrella del Hip Hop y ganador de 4 Grammys hace solo unas semanas, Kendrick Lamar, nos dio un espectáculo que además de contar con varios de sus mayores hits (incluida la polémica “Not Like Us”), fue un mensaje y critica a muchas de las injusticias y desigualdades raciales que siguen siendo parte del día a día de dicho país. Ya habíamos visto un escenario similar hace un par de años con la presentación de las leyendas, EMINEM, Fifty Cent, Snoop Dogg y Mary J Blige en Los Ángeles; más en esta ocasión y bajo los sucesos principalmente de orden diplomático que han envuelto a nuestros vecinos recientemente (a mi gusto), el discurso que el rapero de 37 años oriundo de California presentó fue el balance perfecto de entretenimiento y conciencia social que tanto pedimos hoy en día a la industria.
Un performance que tuvo como invitados a la cantante SZA y a la leyenda Samuel L. Jackson, este último en el roll del “Tío Sam”; un símbolo nacional de los Estados Unidos que bien asociamos con el gobierno y el sentido de nacionalismo y militaridad, pero siendo personificado por un actor que ha sido a través de los años una de las caras del activismo en favor de los derechos del pueblo afroamericano, a quienes las leyes de su propio país les han dado la espalda en tantas ocasiones. Menospreciando su valor como ciudadanos y seres humanos y cuya vida pareciera tener menos relevancia para sus gobernantes y representantes de la ley (como el triste y sonado caso de George Floyd), es justo por ello que vimos a todos estos bailarines en la puesta representando a la Bandera de las rayas y las estrellas partida en 2, como una muestra de que ellos también son los Estados Unidos, un pueblo irónicamente más dividido que nunca.
Un mensaje contundente que además de tener como espectadores a los asistentes y televidentes de todo el mundo, en un hecho sin precedentes tuvo también al presidente Electo Donald Trump entre los asientos, convirtiéndose en el primer mandatario en la historia en asistir a este evento, para atestiguar un mensaje que evidencia el disgusto de tantos a los que el hombre del peluquín solo ningunea. Algunos otros puntos para contexto sobre lo que se toca en la presentación, como la disputa y rivalidad entre Lamar y el cantante Drake, y que para fines de esta columna quizá sean menos relevantes excepto la parte en la que le acusa nuevamente de lucrar y beneficiarse de la narrativa de estos grupos sociales sin ser verdaderamente alguien que venga de ahí o tenga un verdadero interés por los derechos de los mismos. Solo usando la cultura afroamericana como una herramienta de marketing para su ganancia personal. Por su puesto la demanda que enfrenta contra el mismo por la supuesta (para nada supuesta) difamación que hace de Drake en su tema principal que menciono arriba y donde toca parte de esas controversias y otras de índole aún más personal. Todo enmarcado en un escenario de control de video juego que sabiamente usa para simular a lo largo de todo su repertorio musical el control de “El Gran Juego Americano” que esta jugando, término que usa para referirse tanto al Super Bowl, como a su performance, como al juego que las vidas de esos ciudadanos representan para el gobierno y lo que ocurre cuando no cumples las reglas; claro en esa frase tan directa en la que el propio Samuel L. le dice que por traer a toda su pandilla al escenario (parados todos en una simulada calle) como castigo, se queda con “una vida menos” (porque estamos en un video juego ¿cierto?).
Un gran trabajo de construcción narrativa, visual, y musical que pudimos disfrutar y notar hasta en los más mínimos detalles que tenían un fin, como los acampanados Jeans Celine que están teniendo su auge nuevamente por la interminable influencia del Y2K, y ahora agotados en tiendas; o la “-a” en su collar (si les interesa pueden buscar el significado de los mismos porque ahí hay aun más tela de donde cortar). Pero todos estos elementos con la intención de dar un mensaje claro al que él mismo llama al inicio del show “la revolución televisada”. En conjunto, un medio tiempo que en años en que el acelerado consumismo y la necesidad de diversificar y ampliar el público al que llega en pro de cifras y dinero sin tomar en cuenta al seguidor principal del deporte, solo ha logrado que se exijan shows cada vez más ambiciosos en espectáculo, terminando por defraudar tanto a quienes solo se sientan a ver el entretiempo del partido como a quienes ni siquiera le prestan interés. Por ello cuando tienes una presentación que intenta mostrar mayor profundidad, muchos se quedan decepcionados porque no bailaron tanto o no se cambiaron de ropa; comentarios que vemos año tras año en redes, y que leía justo de un comunicador de deportes antes de escribir esto “las protestas no son para estos eventos donde queremos disfrutar un espectáculo bonito”. Y lo dijo el mismo Tío Sam en la presentación, al estadounidense privilegiado (y me atrevo a decir, a todo el que cree estar en una posición de menos opresión), le gusta un show suavecito, tranquilo. Porque nos asusta la idea de que los problemas que nos amenazan como sociedad sean cada vez más fuertes que no tengamos un espacio donde escondernos de
ellos. Y ya sabemos que como dicen, lo que menos haz de querer, en casa lo haz de tener.
Reducir un trabajo a que no fue bueno porque no fue “vistoso” a ojos de un cierto sector y bajo criterios arbitrarios de lo que esto significa; si es porque no fue un artista de otro género o una mujer para tener muchos atuendos (como siempre piden y se quejan cuando Rihanna no lo hace) y demeritando el trabajo que se hace en su mensaje justo para dar paso solo a nuestro clasismo, superficialidad o machismo interiorizado, es un síntoma claro de que éste era el show que necesitábamos ver para hacer conversación. Y si a lo otro nos vamos a limitar, que más alto nivel puedes pedir si ves a la leyenda del tenis Serena Williams entre los bailarines dando sus mejor pasos de Crip Walk, un baile representativo de las pandillas y los grupos pertenecientes a cierto sector de Los Ángeles de donde el mismo Lamar es, y que al igual que su población, son parte de la cultura e historia de los Estados Unidos de América.
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