
Reconocida contemporáneamente como una de las figuras del boom de la literatura latinoamericana, Elena Garro es un nombre familiar para todos. Mi primer encuentro con sus textos fue en la preparatoria, donde tuve que leer los cuentos de La Semana de Colores en desorden. Estos cuentos tienen como protagonistas (en su mayoría) a dos pequeñas hermanas llamadas Eva y Leli, que se leen como gemelas, y como abstracciones una de la otra. El foco principal de la discusión sobre estas historias cuando me encontraba leyéndolas por primera vez, era el “realismo mágico” de cada una de ellas: seres sobrenaturales, días que se personifican y materializan en un espacio físico, y sobre todo, la habilidad de Garro de ejemplificar transformaciones de lo físico hacia lo imaginado, de la surreal realidad de un México dividido por clase y raza. Sin embargo, seis años después de mi primera lectura, decidí releer las historias de Eva y Leli. Ahora, con una perspectiva más centrada en el lenguaje, más allá de los elementos literarios.
Garro estaba en desacuerdo con la clasificación de su trabajo como “realismo mágico”: ya que le parecía ser una denominación “comercial” creada para clasificar los textos literarios latinoamericanos bajo una misma etiqueta. En mi opinión, los textos de Garro están más cerca de la poesía que la ficción. Garro juega con el lenguaje de una manera que es característica de la poesía post moderna: oscilando de una voz a otra de manera libre y sin implicaciones narrativas, que demuestra una fotografía de cada escena, en lugar de movimientos continuos. En El Día que Fuimos Perros, Garro describe un espacio en el que el tiempo se condensa y estira, donde sólo es posible entender las acciones como momentos del pasado, en el cuál las niñas viven un ayer, hoy, y mañana al mismo tiempo. La historia sigue a Eva y Leli, tratando de entretenerse en su casa mientras sus padres y hermanos están lejos: quedando ellas al cuidado de la servidumbre que habita en el hogar. En las primeras páginas de la historia, hay una reflexión sobre la importancia de los nombres: el elegir “sus nombres de perros”, lo que da inicio a una aventura surrealista en la que dos perros que también son niñas crean una identidad propia a través del reconocimiento de su propia subjetividad. Los perros, llamados “Cristo” y “Buda” son testigos de un crimen que lleva a reflexiones sobre la salvación religiosa, lo humano que es el “mal”, y la incesante oscilación entre el pasado y el presente.
Garro continúa siendo una de mis autoras favoritas tras todos estos años, y cada vez por razones diferentes. Su domino del lenguaje es utilizado de una forma poética que hace que cada línea me recuerde a los poemas de T.S. Eliot, creando espacios temporales dentro de la identidad propia, y haciendo tangibles los días que residen dentro de cada uno de nosotros.
“Los domingos tirábamos el domingo por el balcón, para que lo recogiera alguien y aprendiéramos a no guardar nada” (Garro 78).
Bibliografía:
Garro, Elena. “El día que fuimos perros”. Cuentos Completos. Debolsillo.