
Lo diré siempre que pueda, cada vez que tenga la oportunidad de ver una película o serie biográfica la desaprovecharé, y es que la mezcla de realidad y ficción que impregna en esas producciones solo exacerba en mí el deseo de tener declaraciones y relatos fidedignos, datos verídicos que no se adornen o ajusten para efectos de la narrativa. Es por eso que la más reciente producción de Netflix sobre el ídolo mexicano Juan Gabriel resulta justo lo que deseo ver sobre una personalidad al momento de conocer su vida; algo que viene de viva voz, que nace del propio corazón del autor. La serie documental “Juan Gabriel: Debo, puedo y quiero”, no es solo un repaso a la impecable carrera del “Divo de Juárez”, sino una inmersión conmovedora y sin filtros en la compleja vida de Alberto Aguilera Valadez, el hombre detrás del mito.
Esta docuserie de cuatro episodios, dirigida por María José Cuevas (experta en contar historias reales de México, como el documental “La dama del silencio: El caso mataviejitas, 2023”), logra lo que pocas producciones biográficas consiguen: dejar que el propio artista cuente su historia, utilizando un tesoro de más de dos mil cintas de video, audios y fotografías inéditas que desnudan al Divo y al hombre; porque más de 20 años antes de los bloggers e influencers, Juan Gabriel decidió tomar una cámara y grabar su día a día, como si predijera la era del contenido socialmedia.
Y es aquí que radica el mayor acierto y diferenciador del documental, mostrar la fragilidad de la estrella detrás del escenario de viva voz; su valentía para explorar los orígenes dolorosos y las heridas profundas que forjaron la sensibilidad de Juan Gabriel. Desde su temprana y forzada internación en un orfanato por su madre, hasta la revelación de un abuso sexual en su adolescencia, y su injusto paso por la temida prisión de Lecumberri.
La serie no rehúye los capítulos oscuros ni nos da grandes datos que otros proyectos hayan pasado por alto, pero si tiene los que otros de su tipo no, el testimonio de su protagonista. Estos pasajes, contados en gran medida con la propia voz del artista recuperada de sus archivos personales, son la clave para comprender la autenticidad y melancolía que permean himnos como “Yo no nací para amar”. Aquí no hay actores ni recreaciones hechas para cumplir con un ritmo particular de dramatización, solo material inédito (que ya es mucho en sí) del propio Juan Gabriel; fotos, videos, confesiones sinceras y trasparentes que nunca tuvieron como finalidad causar conmoción sino solo dar testimonio, lo que quizá impacta mucho más desde su naturaleza honesta y no pretenciosa que pueden tener los trabajos de terceros.
La directora Cuevas lo ha dicho: “El archivo mandó”. Y es que el uso del material recopilado por el propio Juan Gabriel a lo largo de su vida, es lo que le da una frescura y verdad irrefutable al relato.
No estamos ante una biografía contada por terceros que buscan ajustar cuentas o inflar anécdotas; estamos ante el testimonio íntimo de alguien que, consciente de su legado, grabó su vida con una mirada casi periodística y una profunda honestidad. La serie logra balancear la figura pública, el showman exuberante que llenaba el Palacio de Bellas Artes, con la persona privada: un padre amoroso, un amigo fiel y un hombre que, a pesar de la fama y la riqueza, arrastraba una profunda cicatriz emocional. El contraste entre la magia escénica y la soledad privada es quizá el mayor logro narrativo del documental.
Un Legado Ineludible, “Juan Gabriel: Debo, puedo y quiero” es un documental necesario. No solo para los millones de fans que lo siguen venerando, sino para entender el impacto de un artista que trascendió fronteras y generaciones, cantando desde las entrañas de México para todo el mundo.
Nos recuerda que, detrás de cada gran éxito, hay una historia de superación y, muchas veces, de profundo sufrimiento. Es una pieza que consolida el legado del “Divo” y, a la vez, nos permite entender, aunque sea un poco, al hombre inolvidable llamado Alberto.
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