
Arc’teryx quiso rendir homenaje a las montañas y acabó incendiando su reputación. La marca canadiense, propiedad de la china Anta a través de Amer Sports, organizó en el Himalaya un espectáculo de fuegos artificiales con el artista Cai Guo-Qiang y en menos de 48 horas pasó del asombro al escarnio.
El caso dejó claro que en China la naturaleza no se toca: lo que se vende como “acción artística” en Occidente allí se lee como afrenta política y ecológica.
Arc’teryx, referente para actividades al aire libre de la clase media urbana, descubrió que un error de marketing puede convertirse en riesgo de Estado.
Y lo hizo en el peor momento posible: cuando China es su mayor mercado, cuando el crecimiento empieza a desacelerarse y cuando Anta, su matriz, se juega la reputación en materia de sostenibilidad y buen gobierno.
El 19 de septiembre, Arc’teryx y Cai Guo-Qiang lanzaron fuegos artificiales a 5.500 metros de altura en Gyangze (Tíbet).
En pocas horas, el proyecto pasó de viral a objeto de investigación de las autoridades locales.
Arc’teryx pidió disculpas y prometió una evaluación ambiental independiente, pero la reacción oficial fue contundente.
El analista Zichen Wang escribió en su boletín informativo Pekingnology que en China el “respeto a la naturaleza no es un eslogan, sino doctrina política”, recordando que la protección del altiplano tibetano es una línea roja marcada “personalmente por el máximo liderazgo”.
Tanto los medios oficialistas Xinhua como el Diario del Pueblo criticaron la acción y exigieron transparencia, lo que convirtió la crisis en un asunto político y de cumplimiento normativo.
La prensa oficial recalcó que “las disculpas no bastan sin un recuento claro de permisos, evaluaciones de impacto y medidas correctivas”.
En palabras de la agencia de noticias, lo que explotó sobre la cordillera no fue solo pirotecnia, sino “un choque entre la lógica comercial y la ética ecológica”.
La tormenta llega cuando Arc’teryx depende más que nunca de su negocio en China. Según Amer Sports, los ingresos en la región de Gran China (China, Hong Kong, Macao y Taiwán) alcanzaron 856 millones de dólares en el primer semestre de 2025, con un crecimiento interanual del 42,4 %, mientras que la marca contaba con 220 tiendas propias en el país a cierre del primer trimestre.
El canal directo al consumidor creció un 39% en el mismo periodo.
El propio consejero delegado de Amer Sports, James Zheng, afirmó en mayo que el crecimiento de Arc’teryx en China había convertido a la marca en “pilar estratégico” para el grupo.
En paralelo, la prensa local habla de la “lujificación” del producto, con chaquetas que superan los 4.000 yuanes (unos 560 dólares) y que funcionan como “símbolo de estatus” para la clase media.
Sin embargo, la crisis pone en riesgo esa narrativa. Medios del gigante asiático recordaron que Arc’teryx acumula más de 3.000 quejas en la plataforma Black Cat, un portal chino de reclamaciones de consumidores, muy popular en Internet, por defectos de calidad y por un servicio posventa peor en China que en mercados extranjeros, donde las garantías son más largas.
Tras los fuegos artificiales, muchos consumidores interpretaron que la marca no solo tenía “doble estándar” en su servicio, sino también en sus disculpas, diferentes en chino y en inglés.
El impacto no se limitó a Arc’teryx. Como principal accionista de Amer Sports, Anta vio caer su capitalización bursátil en más de 12.000 millones de dólares hongkoneses (1.543 millones de dólares) tras el escándalo.
El diario China Times lo definió como “una crisis de gobernanza ESG” -siglas de Environmental, Social and Governance, criterios cada vez más usados por inversores para evaluar riesgos corporativos-.
El experto Lü Jianzhong, de la Academia China de Ciencias de la Gestión, declaró que el episodio revelaba “fallos en los mecanismos de evaluación ecológica” y que “afectará negativamente a la calificación ESG de Anta, especialmente en los apartados de medio ambiente y gobernanza”.
Otro analista, Shi Han (Universidad de Hong Kong), añadió que el efecto dependerá de la respuesta: si Anta logra una gestión rápida, con compromisos verificables, el daño podría ser limitado; de lo contrario, se interpretará como “débil control del riesgo ESG”.
La paradoja es que Anta venía acumulando reconocimientos en sostenibilidad -como la nota A en la clasificación ESG de Morgan Stanley-, pero ahora se ve presionada a demostrar que no hay grietas en su control sobre marcas internacionales.
El incidente muestra cómo, en la economía global del deporte, un error de marketing mal calibrado puede convertirse en riesgo regulatorio y bursátil.
Y, como recuerda Wang Zichen, en China la frontera entre imagen de marca y política nacional puede ser más fina de lo que las empresas internacionales imaginan.