
En política, los aplausos se ganan o se alquilan. El domingo, en Atencingo, el diputado Eduardo Castillo López no tuvo ni lo uno ni lo otro. En el teatro al aire libre que mandó montar para su primer informe de actividades legislativas, las bancas vacías fueron las únicas que lo escucharon con verdadera atención. Ni el sol quiso asomarse a esa postal de desangelado triunfalismo.
Las cámaras oficiales hicieron lo suyo: cerraron el cuadro, apretaron el zoom, recortaron la evidencia. Pero el eco del lugar no se podía editar. Cuando Castillo habló de “resultados cercanos a la gente”, la gente no estaba. Cuando presumió que “ya no hay moches ni transas”, el murmullo que se oyó fue el del viento golpeando la lona.
La escena no fue menor: un diputado federal que se cree suficiente, rodeado apenas por compromisos —algunos compañeros de bancada, un par de alcaldes y uno que otro operador de medio rango—, todos mirando el reloj y fingiendo entusiasmo. No hubo el calor de la militancia, ni la fuerza de la base morenista. Hubo protocolo y poco más.
El espejismo del trabajo legislativo
Castillo quiso vender la imagen de un legislador productivo, constructor de leyes, pieza disciplinada de la 4T. Citó con orgullo sus iniciativas: una reforma al artículo 123 para facilitar el primer empleo a jóvenes; otra para reconocer derechos de los cañeros. Suena bien en el discurso, pero en la práctica sus propuestas duermen en el archivo del Congreso, sepultadas bajo las prioridades de otros más hábiles o más visibles.
El gran ausente de su informe fue justamente el tema que debería ocuparlo: la crisis cañera que ahoga a la Mixteca poblana. Ni una línea, ni una promesa concreta, ni una defensa real del campo. Solo frases genéricas sobre el bienestar y la transformación.
Quizá por eso la gente de la región, curtida en decepciones, decidió no ir. No por apatía, sino por claridad. Ya entendieron que los discursos sin caña, sin obra y sin compromiso se fermentan rápido.
Las amistades incómodas
Hay algo más que incomoda en torno a Eduardo Castillo: sus vínculos políticos y familiares. Su hermana, Lorena Castillo López, presidenta municipal de Cuayuca de Andrade, es del PT y mantiene lazos con Antorcha Campesina. Esa conexión, que él intenta maquillar como pluralidad, en realidad huele a oportunismo.
La misma organización que por años capitalizó la pobreza y los subsidios, ahora aparece en su periferia política como aliada conveniente. En los pueblos lo saben, y eso pesa. La 4T se volvió discurso mientras las alianzas se mueven como monedas de cambio.
La soberbia del que cree no necesitar a nadie
Dicen que Castillo ha sido despreciado por apoyos políticos clave, y él ha confiado en que su cercanía con algunos operadores nacionales bastará para sostenerlo. Error de cálculo.
La política poblana tiene memoria: quien corta los puentes termina solo en la plaza. Y eso le pasó. El informe fue su espejo. Sin estructura, sin público y sin respaldo visible, quedó desnudo el personaje detrás de la retórica. Que los Vivanco, los López y los Mier lo rediman.
El ocaso de un estilo
La 4T poblana tiene muchos rostros: unos serios, otros discretos, algunos eficaces. Castillo, sin embargo, representa su versión más hueca: la del político que recita los valores del movimiento mientras los erosiona con su conducta.
El informe de Atencingo pasará al olvido, pero deja una metáfora poderosa: un escenario enorme, una voz amplificada y un público ausente. Así se ve el poder cuando se queda sin legitimidad.
No fue un tropiezo logístico. Fue una advertencia.
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