Las familias de los desaparecidos en la Siria de Bachar al Asad -decenas de miles según diversos organismos internacionales- pueden por fin llorar y lamentarse por sus seres queridos, una desoladora tarea impulsada por la esperanza de poder poner cierre a una incertidumbre que, de ser expresada en público hace apenas siete días, era también sinónimo de cárcel y represión.
La caída del régimen el domingo pasado y la apertura inmediata de sus prisiones y centros de detención expusieron la brutal realidad a la que estuvieron sometidos los sirios bajo el control de los Asad (Hafez, 1971-2000 y Bachar, 2000-2024), una cruel situación cuyo extremo final se está empezando a poder ver, entre llantos y crudeza, en Damasco.
La morgue del hospital Al Mujtahed, en el centro de la capital, está abierta para cualquiera que quiera entrar y buscar en sus cámaras frigoríficas.
Allí hay unos 14 cadáveres, envueltos en trapos y bolsas de plástico, con signos de violencia y maltrato prolongado evidentes incluso para los ojos no expertos, más allá del hecho de que todos hayan muerto por herida de bala.
El hedor impresiona más que la vista de los cuerpos, pero eso no amilana a los familiares que llegan aquí en busca de la respuesta última, tras haber visitado las cárceles ya liberadas, colgado carteles en las paredes de mezquitas y hospitales y haber preguntado, al fin libremente, dónde están sus seres queridos.
Yousef al Yamani, de 40 años, llora desconsoladamente tras buscar entre los muertos, y sin suerte, a su hermano.
“Llevamos buscando desde hace 14 años. Ya sus hijos crecieron. No lo encontramos en la tierra ni en el cielo.(…) Quiero ver mi hermano. Mi madre murió por la tristeza sobre su hijo, ella lo buscaba en Sadnaya (el temido centro de detención del régimen de Al Asad) y encontró su nombre en la cárcel, pero estaba prohibida la visita”, dijo a EFE.
La familia de Mohamed Ismael Abu Sued, un taxista de 66 años con una pierna amputada, también lo busca. Desde 2013.
Su hija dice a EFE, con una foto en su teléfono, que si alguien lo ha visto que se lo diga.
“Está detenido desde 2013, sin culpa. Estaba trabajando con su taxi, lo pararon y se lo llevaron. No sabemos si está vivo o muerto. Ojalá Dios se vengue de los responsables, ojalá vuelvan todos los detenidos”, dijo entre gritos y llantos.
Ayman Naseif es médico forense desde hace 28 años en Al Mujtahed y cuenta a EFE que los cadáveres que tienen a disposición llegaron hace “cinco o seis días”, la mayoría de la cárcel de Sadnaya, y que tienen entre “270 horas y una semana de fallecidos, muertos por disparos”.
Dicho de otro modo, son prácticamente los últimos prisioneros que murieron en manos de los carceleros de Al Asad.
“Todos creen que encontrarían sus queridos entre este grupo de muertos. Nosotros investigamos con la información que tenemos, comprobamos lo poco que hay, como el chequeo de dientes, si tienen tatuajes o cicatrices.. Hemos identificado a unos 20 de los 35 que nos llegaron. Tenemos 14 sin identificar”, dijo.
Explicó que todos los que vienen están “preocupados y tristes”, con la única misión de saber “el destino de sus seres queridos, si están muertos, encarcelados o liberados”.
“Pero no sabemos quienes estaban en las cárceles, y si fueron liberados. La misión nuestra es estudiar a los muertos entregados, pero no tenemos ni idea sobre el resto”, concluyó.
Según estimaciones de Naciones Unidas, desde 2011 unas 100.000 personas han sido detenidas, secuestradas o han desaparecido en Siria, al menos 90.000 de ellas bajo la autoridad de Bachar al Asad.
En Sadnaya, que estaba dirigido por la policía militar del depuesto régimen, Amnistía Internacional cifra que había entre 10.000 y 20.000 internos, sujetos a tortura y malos tratos de forma sistemática.
El Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) pudo visitar esta semana Sednaya, al norte de Damasco, e intentó rescatar toda la documentación posible para la búsqueda de desaparecidos e investigación de los crímenes cometidos allí.
Allí, según dijo la organización, encontraron “muchos registros, certificados de defunción y otros importantes documentos estaban desparramados por la prisión sin ningún tipo de protección”, que ahora intentan salvaguardar.
Desde el comienzo de la crisis en Siria en 2011, cuando se desataron las revueltas populares de la llamada ‘Primavera Árabe’, la prisión se había convertido en el destino final tanto de opositores pacíficos a las autoridades como de militares sospechosos de oponerse al régimen.