
El lunes pasado, la Ciudad de México se rindió ante el regreso de su hijo pródigo, Guillermo del Toro quien, acompañado por Oscar Isaac y Jacob Elordi, presentó su más reciente y ambicioso proyecto, «Frankenstein». Una noche cargada de emoción y arte que tuvo lugar en el histórico Colegio de San Ildefonso, donde Del Toro coronó su mayor sueño: llevar a la pantalla grande su adaptación del monstruo más representativo del terror; la cinta, que llega a Netflix esta misma semana, no necesita mayor presentación respecto a su trama, pero tiene el inconfundible espíritu del cineasta tapatío. Lejos de ser otra película de horror, es una profunda y lírica fábula gótica que se erige como una de sus obras más personales, explorando la novela de Mary Shelley con una sensibilidad única y un enfoque en temas profundos como la paternidad, el abandono y la búsqueda de la comprensión.
Del Toro, que nos ha dejado clara su enorme afinidad por criaturas “grotescas” que demuestran una humanidad más honda que sus creadores (como lo hemos visto en “Hellboy” o, la cinta ganadora del Oscar, “La forma del agua”), aborda «Frankenstein» como su Biblia, pues la considera como el origen y conclusión de su pasión. Él mismo ha confesado que gran parte del proyecto le resulta autobiográfico, entrelazando su propia vida, dolor y experiencias con la angustia existencial de la criatura.
Conociendo y entendiendo este contexto, podemos dimensionar que «Frankenstein», la obra literaria por excelencia, resulta en esta adaptación no tanto un horror convencional, sino una historia realmente emocional. La métrica para el guion era simple: «Si no lloro, no imprimo«, menciona Del Toro, y la película toca fibras sensibles al centrarse en la relación tóxica entre Victor Frankenstein (interpretado por Oscar Isaac) y su creación (elogiado sea Jacob Elordi), concibiéndola como una proyección rota y dolorosa del propio Victor. La criatura no busca vivir, sino ser comprendida, y la obra indaga en la dinámica de padres e hijos, donde Victor es presentado como un niño quebrado que canaliza su propio dolor construyendo a otro ser, utilizando elementos como la figura paterna y el simbolismo para construir la identidad del creador y la creación.
Fiel al estilo del director mexicano tan querido por los jóvenes, el diseño de producción suntuoso y los vestuarios lujosos que transportan a la Europa del Este del siglo XIX completan esa estética gótica con escenarios de una belleza decadente (como la torre solitaria donde Victor da origen a su creación), y que sirven como metáfora del tormento interno. Con su particular ingenio, Del Toro infunde la película con una perspectiva «muy latinoamericana, mexicana, católica» llena de alta pasión, señalando que la manera de hacer que algo se vea «más grande, más hermoso, más fastuoso» es el instinto mexicano.
Una obra que en historia no necesita mayor presentación, «Frankenstein» marca el final de una era para Guillermo Del Toro, es el proyecto con el que soñó durante décadas, y al realizarlo, cierra un ciclo. El cineasta, que se posiciona abiertamente en contra de la deshumanización del arte y el uso de la Inteligencia Artificial, ofrece un mensaje final que gravita en torno al perdón y la aceptación. La película busca ser una forma de renovar el pacto entre la novela clásica y el mundo moderno, donde el perdón es una herramienta difícil, pero esencial. La criatura de Del Toro es, en última instancia, una víctima de la incomprensión, y su película invita al público a mirar con el corazón abierto y empatía a aquello que el mundo se empeña en etiquetar como monstruoso.
«Frankenstein» de Guillermo del Toro llega a Netflix el 7 de noviembre, y es sin lugar a dudas una de las apuestas más ambiciosas de la plataforma y contendiente a los grandes reconocimientos venideros la próxima temporada de premios, lo que confirma que el talento mexicano… ¡Está vivo!
ANGEL SARMIENTO
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