
Vaya sísmica noticia con la que cerramos el 2025, y es que la industria del entretenimiento atraviesa su momento más crítico. Lo que comenzó como una “guerra de plataformas” ha mutado en una lucha de titanes por la supervivencia, donde Netflix y Paramount se disputan los restos de Warner Bros. Discovery. Más allá de los miles de millones de dólares, lo que aquí realmente está en juego es la diversidad cultural y el futuro de la experiencia cinematográfica; así como el peligro de un pensamiento único. Si Netflix logra consolidar la compra de Warner, absorbería no solo a un competidor, sino a bibliotecas históricas y propiedades intelectuales (HBO, DC Studios, Harry Potter).

El riesgo de monopolio es tangible (vaya, ni Disney se atrevió a tanto). Netflix prioriza el consumo doméstico y una Warner bajo su mando podría reducir drásticamente las ventanas de estreno en las ya agonizantes salas de cine, enviando superproducciones directamente al catálogo digital y asfixiando a las cadenas de exhibición. Por otro lado, cuando una sola empresa controla casi el 56% del mercado de streaming, el contenido deja de ser una apuesta creativa para convertirse en un producto diseñado por datos. El riesgo es una homogeneización de las historias: menos riesgos artísticos y más fórmulas repetitivas (como si no tuviéramos suficientes).
A corto plazo, tener “todo en un mismo lugar” parece cómodo. A largo plazo, es una trampa económica. Sin una competencia real que desafíe los precios, el usuario se enfrentará a subidas de costos inevitables para financiar las deudas astronómicas de estas fusiones. Además, tendremos menos opciones de calidad, ya que la consolidación suele venir acompañada de recortes en producciones “menos rentables” o experimentales.
Por el otro lado, la oferta de Paramount —un estudio con historia— podría parecer la mejor opción, pero dista mucho de serlo. Mientras Netflix ofrece la eficiencia de sus datos, Paramount (ahora bajo el mando de David Ellison) representa un giro hacia una influencia política que Hollywood no ha visto en décadas. David Ellison, CEO de Paramount, es hijo de Larry Ellison, uno de los aliados más cercanos y donantes clave de Donald Trump. Tras años de conflictos entre Trump y CNN, una victoria de Paramount facilitaría lo que muchos analistas ven como una “recalibración editorial”. Bajo el control de aliados del presidente, la cadena podría pasar de ser su “bestia negra” a una plataforma mucho más dócil o incluso favorable a su administración.
Si Paramount absorbe a Warner bajo este clima, el peligro de monopolio no será solo de mercado, sino de narrativa. El hecho de que el propio Trump haya sugerido que la oferta de Netflix «podría ser un problema» por razones de competencia, mientras guarda silencio sobre Paramount, sugiere que el gobierno podría usar las leyes antimonopolio como una herramienta de castigo y recompensa política. La cercanía de la nueva cúpula de Paramount con la Casa Blanca levanta sospechas sobre qué historias recibirán luz verde. ¿Veremos un cine más conservador o una autocensura en temas que incomoden al poder de turno para asegurar favores regulatorios?
La posible absorción de Warner no es solo un movimiento financiero; es un cambio de paradigma. Si permitimos que el entretenimiento se convierta en un ecosistema cerrado dominado por uno o dos gigantes, el cine pierde su alma colectiva para convertirse en un simple ítem en un menú de suscripción.
La regulación antimonopolio no es aquí un capricho burocrático, sino la última línea de defensa para que el séptimo arte siga siendo, ante todo, arte y no solo “contenido”.
Estamos ante dos distopías distintas: por un lado, un monopolio de algoritmos con Netflix, donde el arte se vuelve genérico; por el otro, un monopolio de influencia con Paramount, donde el entretenimiento y las noticias podrían convertirse en herramientas de propaganda. En ambos casos, los grandes perdedores somos nosotros, los espectadores, que vemos cómo la independencia creativa de un estudio centenario como Warner queda atrapada entre el frío interés del código o el cálido abrazo del poder político. Por ahora, Warner solo puede decir tristemente lo que Bugs Bunny, “eso es todo amigos”.
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