La caída de Gertz: lo que se ve, lo que no se dijo y lo que realmente está en juego

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La salida de Alejandro Gertz Manero de la Fiscalía General de la República no fue una renuncia. Tampoco fue una transición ordenada, ni una jubilación elegante a sus 86 años. Fue, más bien, un movimiento quirúrgico —torpe en las formas, preciso en el objetivo— para reacomodar el poder dentro del gabinete de seguridad de la presidenta Claudia Sheinbaum.

El discurso oficial quiso vender un gesto diplomático: la mandataria, dijo, le ofreció una embajada y él aceptó. Pero cualquiera que haya seguido la secuencia de estas horas sabe que eso no es cierto. O no es toda la verdad.
La mañana del jueves, Sheinbaum aseguró que estaba “analizando con los abogados” la carta del Senado que cuestionaba la permanencia del fiscal. Horas después, por arte de magia política, ya había decidido mandarlo a un “país amigo” como representante diplomático. ¿De verdad la decisión surgió entre las nueve de la mañana y las seis de la tarde?
¿O la presidenta solo estaba ganando tiempo mientras se operaba su salida?

El mensaje no convence ni al más ingenuo.

¿Cuál es la verdadera causa? Aquí es donde está la clave

La Constitución establece que la renuncia del fiscal solo procede por causas graves: salud, delitos, pérdida de ciudadanía o violaciones manifiestas a la ley. Una embajada no entra en esa categoría. Por eso tantos senadores —incluidos opositores y algunos del ala crítica de Morena— subrayaron que esto fue una maniobra política disfrazada de renuncia honorable.

Una embajada, en términos prácticos, no es un premio: es una salida decorosa.
La verdadera razón está en los jaloneos internos de Morena, en la urgencia de Sheinbaum por tener un fiscal alineado a su proyecto y en el desgaste acumulado de Gertz:
—su falta de coordinación con la Guardia Nacional y con Seguridad Pública,
—su lentitud en casos clave,
—y su choque silencioso con Palacio Nacional.

La presidenta necesitaba cerrar filas en seguridad. Gertz era la pieza incómoda que quedaba del sexenio anterior y no aceptaba instrucciones ni ritmos ajenos.

La operación: presiones, filtraciones y un guion ya escrito

El episodio comenzó la noche del miércoles, cuando Adán Augusto López —coordinador de Morena en el Senado y operador político con acceso directo a la presidencia— acudió a Palacio Nacional con un documento que detallaba supuestos incumplimientos de Gertz. Desde ese momento la maquinaria se puso en marcha.

La mañana amaneció con versiones cruzadas:
—¿había renuncia?
—¿habría destitución?
—¿estaba enfermo?
—¿existía la famosa carta de incumplimientos?

Nada estaba claro porque así se diseñó: confusión, filtraciones, tensión y un cerco de presión política. Lo suficientemente intenso para que la renuncia —negociada o impuesta— se concretara antes de que el asunto se volviera un escándalo jurídico.

Para la tarde, el Senado ya tenía la carta.
Para la noche, se aprobó —en fast track— que “la embajada” era una causa grave.
Legalmente discutible. Políticamente eficaz.

El movimiento final: el relevo en manos de Ernestina Godoy

Antes de irse, Gertz colocó en la línea de sucesión a Ernestina Godoy, hasta entonces consejera jurídica de la presidencia y fiscal cercana a Sheinbaum en su gestión en la Ciudad de México.
El nombramiento fue su última jugada y, paradójicamente, benefició al proyecto de Sheinbaum: Godoy queda como encargada del despacho y, de acuerdo con la convocatoria del Senado, podrá competir formalmente por el cargo.

Es decir:
el fiscal saliente deja acomodada a la fiscal favorita del oficialismo.
Un final curioso para un fiscal que, durante años, se asumió autónomo e intocable.

El fondo: la Fiscalía vuelve a ser pieza del tablero presidencial

La hipótesis más sólida —la que hoy corre entre legisladores, analistas serios y operadores de seguridad— apunta a esto:

Había un desgaste real con Gertz: su estilo personalísimo y sus venganzas privadas lo volvieron un riesgo.

La presidenta necesitaba cohesión absoluta en seguridad, especialmente para enfrentar la criminalidad heredada.

La Fiscalía, pese a ser autónoma en el papel, nunca dejó de ser un pivote de poder político.

Una crisis de destitución habría sido un escándalo, así que la vía diplomática fue el disfraz perfecto.

El control institucional vale más que la forma jurídica, y por eso Morena votó con velocidad quirúrgica.

La salida de Gertz no es un episodio más: es la señal definitiva de que Claudia Sheinbaum está reconfigurando el sistema de seguridad y justicia con total control sobre sus piezas clave.

¿Qué viene ahora? Más poder para el Ejecutivo y un fiscal “a modo”

En los próximos días se presentará la lista de 10 candidatos. Con la mayoría de Morena, no habrá misterio: será un perfil cercano a la presidenta. Alguien que garantice lo que Gertz nunca garantizó:
coordinación, alineamiento y lealtad política.

La autonomía de la Fiscalía, esa que se prometió en 2019 como un blindaje transexenal, vuelve a quedar en entredicho. Como muchas instituciones en México, era autónoma… hasta que dejó de serlo.

El cierre: el símbolo y el mensaje

La caída de Gertz no es un asunto legal, sino político.
Y su nuevo destino —una embajada cuyo país todavía no se anuncia— es más un exilio elegante que un ascenso.

Mientras en Palacio Nacional retiran sombreros incómodos para evitar lecturas políticas, la salida del fiscal confirma lo que ya se intuía:
la 4T ya no cuida las formas. Solo los resultados internos del poder.

La era Gertz terminó.
La era de la Fiscalía bajo control presidencial apenas comienza. Sígueme en X como@angelamercadoo

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