La violencia contra las mujeres, violentísima

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Esta es una de las columnas que más trabajo me costará escribir, pero mi conciencia me lo reclamaría por mucho tiempo sino lo hago. Así que comencemos.

Sucede que fuimos contratados para hacer un par de sesiones de grupos focales con mujeres trabajadoras. El objetivo era investigar sobre la percepción de la violencia de género y captar elementos para el diseño de una campaña en contra de este flagelo social.

Optamos por segmentar entre mujeres con baja escolaridad que realizan funciones operativas en las empresas, y mujeres con escolaridad media y alta que realizan tareas administrativas y directivas. El grupo de mujeres de baja escolaridad tenía entre 30 y 55 años, mientras que el de escolaridad media y alta tenían entre 25 y 50 años. Todas las participantes habitan en la zona metropolitana de la Ciudad de Puebla y ninguna sabía el objetivo de las sesiones a las que estaban invitadas.

No es la primeva vez que hacemos un estudio sobre violencia de género ya que hace 15 años hicimos uno para el Ayuntamiento de Puebla, cuando Blanca Alcalá era la presidenta municipal. A diferencia de ese primer ejercicio, en esta ocasión obtuvimos relatos con descripciones explícitas sobre actos de violencia que sufrieron las participantes, no sus vecinas, amigas o familiares, ellas mismas. Me queda la sensación de que hoy las mujeres están más dispuestas a compartir sus testimonios.

Agradezco la confianza que me brindaron las participantes al relatarme los horribles actos de que fueron víctimas, en medio del llanto sí, pero con la esperanza de que sus testimonios pudiesen servir de algo. En honor a esa generosidad es que escribo este texto.

Conocí de las violaciones sexuales de 4 mujeres, algunas de ellas en varias ocasiones y con violencia extrema.

El exmarido de una de las participantes era policía y solía esposarla durante días mientras la golpeaba y la violaba en múltiples ocasiones. Un día esta mujer se decidió a denunciar a su agresor, pero el juez al saber que era un oficial de policía le dijo “regrésate a tu casa, aquí nosotros nos encargamos”. Por supuesto que la consecuencia fue otra golpiza cuando el esposo regresó a su casa. Lo más terrible es que no era el primero que la violaba, ya que a los 14 años un desconocido abusó de ella, razón por la cual su exesposo le decía que si otra persona lo hizo, él tenía derecho a hacer lo mismo.

Otra mujer relató que sufrió un intento de violación en el trabajo a manos de su superior, pero que un compañero la salvó y golpeó al agresor. La consecuencia fue que la empresa los corrió a ambos porque no creyó que el supervisor hubiese intentado abusar de ella. Tiempo después el mismo agresor fue sorprendido abusando de otra trabajadora y enviado a la cárcel.

Una de las participantes nos contó que la violaron la primera vez cuando era adolescente, que al poco tiempo de esa violación se casó y unos años después el marido la obligó a prostituirse. Obviamente le quitaba el dinero que ganaba.

Otra mujer nos relató que cuando estudiaba la preparatoria fue secuestrada por 2 desconocidos, la subieron a un automóvil y la llevaron a un departamento en el centro de Puebla, lugar donde uno abusó de ella. Se escapó como pudo y luego el mismo violador la estuvo acosando durante un tiempo. Al parecer eran miembros de una banda de trata que secuestraba adolescentes.

Escuché relatos de acoso sexual en el trabajo, de violencia física, psicológica, económica y verbal en el hogar, de acoso con toqueteos e insultos en el transporte público y en la calle. Mientras menos recursos tiene una mujer, su condición de vulnerabilidad por violencia de género aumenta exponencialmente. Sin embargo, el tener educación y recursos no las salva de ser víctimas.

Aprendí muchas lecciones después de escuchar los testimonios de estas mujeres. Entendí que la sociedad no es consciente de la brutalidad y los excesos que las víctimas pueden llegar a padecer, y tampoco de las consecuencias en la vida de esas personas. Que a pesar de todo lo que han sufrido y del dolor que cargan en sus almas, ellas se levantan todos los días, se limpian las lágrimas y salen a la calle a luchar por sus hijos, incluso se atreven a sonreír. Son unas guerreras, tienen todo mi respeto y admiración.

En otra ocasión compartiré con usted, apreciado lector, lectora, las lecciones aprendidas. Por lo pronto, quiero agradecer públicamente a los patrocinadores de esta investigación por intentar hacer algo para conocer, contener y reducir la violencia de género.

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