“No dejo de oír a la gente pidiendo auxilio, su hilo de voz perdiéndose en la oscuridad y la silueta de un hombre en el techo de su coche alumbrada por la luz de su móvil”, recuerda Mari Carmen tres días después de las inundaciones del pasado martes, tragedia que hoy puede contar gracias a actuación de dos chicos, que le ayudaron a ella y a otras 61 personas a subir al tejado de una gasolinera.
Mari Carmen trabaja en una tienda en el polígono de Alfafar, junto a la carretera V-31, una de las principales vías de acceso a la ciudad de València desde Alicante. El pasado martes, sobre las 19:00 horas, empezaron a recibir noticias de que en Massanassa, el pueblo de al lado, estaba habiendo problemas por inundaciones. Aunque allí no llovía, decidieron cerrar la tienda y regresar a casa.
En su coche viajaba uno de sus compañeros. Cuando llegaron a la pista de Silla vieron que estaba totalmente colapsada. “No sé si fue una intuición, puse primera y en vez de intentar acceder a la pista me fui a una gasolinera que había próxima. Fuimos de los primeros en llegar. Estaba todo seco pero en cuestión de cinco minutos empezó a llegar el agua, a subir de nivel. Algo estaba pasando. Veías trailers salirse de la pista, coches que empezaban a moverse flotando y en pocos minutos el agua nos llegaba ya a la ventanilla”, recuerda.
Empezaron los momentos de nerviosismo entre la gente que estaba en los coches. El agua llegaba con olas. Se oían como el ruido del mar. Y subieron primero al capó y después al techo. “Ya no había salida”. Entonces vieron a dos chicos que estaban intentando trepar con cuerdas al techo de la tienda de la gasolinera y gritaban a la gente que estaba a su alrededor que se acercara a ellos.
“Entre los coches, como pudimos, llegamos a ellos. Nosotros dos y un grupo de personas. Uno de los chicos subió a pulso o atados a la cuerda a los niños. El de arriba vio una escalera en un trailer cercano e indicó a otra de las personas que llegaron que fuera a por ella. Con la ayuda de las cuerdas y la escalera consiguieron subir a 63 personas, entre ellos siete niños y un hombre mayor.
“Yo no sé cómo lo hicieron pero tenían una destreza increíble. Se organizaron y nos organizaron. El techo era como una pirámide, de metal, y nos dijeron que no nos moviéramos y nos pusiéramos en los laterales que estaba más reforzado”, recuerda. Allí, a las 20:11 horas, recibieron en los móviles el mensaje de Protección Civil advirtiendo a la población que no saliera a las carreteras.
“Se hizo un silencio total. Estábamos acurrucados. La noche ya era cerrada. Solo se veían las luces de los coches, las de los móviles, y la de gente atrapada en los coches pidiendo auxilio, que llamáramos a emergencias, nos decían sus nombres. Eso fue lo peor. No me lo quito de la cabeza. Había una ambulancia cerca de nosotros pero no se veía a nadie. Perdimos de vista a un hombre que estaba en el techo de un coche y cuya silueta marcaba la luz del móvil. Horrible”.
Recuerda también el nerviosismo de la gente cuando empezó a chispear, y sobre todo de los chicos que les habían auxiliado, porque eran conscientes de que si llovía el techo de metal no iba a aguantarles. “En un momento empezó a llover más fuerte y la gente a gritar desesperada”. A ello había que sumar el temor de que estaban en una gasolinera y el peligro de incendio, ya que no dejaban de pasar muebles, coches y todo tipo de materiales golpeando por todos lados.
Así estuvieron hasta las 5 o las seis de la mañana. Sin cobertura, sin modo de comunicar con sus familias y sin saber qué estaba pasando. A esa hora el agua empezó a quedarse estancada. Al otro de lado de la carretera vieron a gente en otra gasolinera que les gritaron que venían guardias civiles.
Se fue haciendo de día y la gente se fue tranquilizando. Cinco agentes de la guardia civil llegaron a ellos. Bajaron de la estructura y caminaron junto a ellos en fila india, con el barro hasta las rodillas.
“El primero de ellos llevaba un palo de metal para tantear el suelo por si había alcantarillas abiertas”, recuerda Mari Carmen, y tras una hora caminando llegaron a la tienda de Ikea donde se refugiaron. Allí les dieron ropa seca, comida, lo que podían ofrecerles.
“Nos dispersamos pero vi a los dos chicos que nos salvaron. Se quitaron la poca ropa que llevaban, se pusieron una camiseta larga amarilla de la tienda, comieron una galletas y al poco tiempo salieron al exterior. Les vimos irse por el aparcamiento. Me hubiera gustado poder hablar más tiempo con ellos, tener algún dato de ellos, pero estábamos todos agotados. De uno de ellos recuerda que era marroquí. “Estamos aquí porque estos chicos nos salvaron la vida. Nosotros estábamos bloqueados, pensando en nuestra superviviencia y ellos, sin pensarlo, organizaron el rescate y nos mantuvieron a salvo”, asegura Mari Carmen.