Durante el paso del huracán John, en Playa Paraíso libraron una batalla en varios frentes. Primero se les vino encima el mar, luego las ráfagas de viento les volaron los techos de sus enramadas y la furia del río San Jerónimo, que se mezcló con la laguna, destrozó albercas, baños, cuartos, todo lo que tuvo enfrente.
Una semana después, Playa Paraíso es un lugar desolado, las casi 25 enramadas que ofrecen servicio a los turistas sufrieron daños. Unas están derrumbadas, a otras se les cayeron los baños y a unas más la fuerza del río les partió en dos sus albercas. Después de ocho días, siguen sin energía eléctrica y todos sus productos, mariscos sobre todo, se dañaron.
Playa Paraíso es una franja de arena que está en medio del mar y la laguna, en la que ahora hay mucha tristeza y desilusión.
“Acá, ni las autoridades ni la gente han venido a ver si nos ahogamos”, dice María Isabel Diego Cegueda, propietaria de la enramada El Pacífico. La mujer tiene 72 años. En su cara se le ve el cansancio y su mirada está cargada de tristeza, frustración y coraje.
María Isabel vivió todo el paso del huracán John. El miércoles 25 de septiembre sintió el poder del oleaje. Vio cómo el mar atravesó toda la playa y las enramadas, hasta que llegó a la laguna. Vio cómo el agua se llevó sus bancas, cómo la arena invadió su cocina. Luego sintió la fuerza de los vientos, vio cómo las ráfagas volaban las palapas y dejaba los techos desnudos.
La tarde de ese miércoles decidieron dejar la enramada e irse a su casa. El jueves por la noche sintió la furia del río. Recuerda que estaba en su casa, el agua se había metido y alcanzaba unos 30 centímetros de altura. Nada de qué preocuparse, recuerda. De pronto escucharon el ruido de la corriente y en menos de cinco minutos el agua la tenían hasta el cuello. Junto a su esposo se refugió como pudo para resistir los embates de la corriente.
“A mí me arrastró dos veces la corriente, pensé que hasta ahí iba a llegar”, comenta la mujer.
María Isabel cuenta que aguantó porque su esposo le dio ánimos, porque nunca la dejó sola. Cuando pudieron, salieron y caminaron casi toda la noche con el agua hasta el pecho. Atravesaron varios pueblos hasta que pudieron llegar de nuevo a Playa Paraíso.
Estando ahí, se encontraron con una de sus hijas que iba a buscarlos. María Isabel sintió alivio al verla, pero ese sentimiento duró poco. Cuando pudo llegar a su enramada descubrió la furia con la que se metió el río.
La alberca de su negocio se partió a la mitad, sus baños quedaron volando y la laguna junto con el río le comieron unos 20 metros. La corriente se llevó todo lo que tuvo enfrente. Decenas de albercas, baños y enramadas: “Yo quisiera dormirme y que al despertar todo haya pasado”, dice.
María Isabel hace el recuento de los daños, parte del techo, la alberca rota a la mitad; el río se llevó dos lanchas y en su casa cinco vacas y seis becerros. El criadero de camarones desapareció, el agua entró y todos se escaparon.
La enramada, dice, es todo su patrimonio y el de su familia y, en gran parte, su vida. Relata que se casó a los 14 años, su esposo se la quiso llevar a su pueblo, pero ella no pudo vivir lejos de la playa, del mar. Lo convenció y regresaron a Playa Paraíso. A los 16 años comenzó a montar la enramada. Desde hace 56 años no ha dejado de atenderla. En ella crecieron sus hijos y de eso han vivido, pero también, detalla, de esa enramada viven las familias de sus 16 trabajadores.
“Me siento muy triste, no he podido ver a mis trabajadores y lo peor es que está bien difícil ayudarlos ahorita, lo único que espero es que esto se recupere rápido y podamos trabajar pronto”, señala.
En Playa Paraíso hay tristeza y frustración. Muchos cuentan que se comenzaban a preparar para el puente de Día de Muertos y para las vacaciones decembrinas. Muchos propietarios de las enramadas están apurados en rescatar los pescados y mariscos que tenían en los refrigeradores; no los venderán, sólo los quieren rescatar para regalarlos y que no se vayan a la basura.
Crédito: El Universal