
En un país y en un mundo donde la polarización y la violencia parecen crecer cada día, hablar de paz no puede quedarse solo en el discurso político, religioso o académico. La paz se construye en lo cotidiano: en las calles, en los hogares… y también en nuestras empresas.
Los emprendedores tenemos una gran responsabilidad: nuestras compañías no solo generan empleo y riqueza, también son espacios donde se moldea la cultura. Podemos elegir si queremos que esa cultura sea de competencia destructiva y desgaste o si queremos ser artesanos de paz, creando ambientes donde las personas crezcan, se respeten y colaboren.
Un artesano trabaja con cuidado, paciencia y visión de largo plazo. Así deberíamos pensar la paz organizacional: no se logra con declaraciones grandilocuentes, sino con prácticas constantes que construyen relaciones sanas y productivas.
Cuando una organización se convierte en un taller de paz, ese espíritu trasciende sus muros. Cada colaborador lleva esas actitudes a su familia, a su colonia y a la sociedad. Así, la empresa se convierte en semilla de reconciliación comunitaria.
Hoy más que nunca necesitamos líderes y emprendedores que entiendan que la paz no es un lujo, sino la base de la prosperidad. Ser artesanos de paz en nuestras empresas es, quizá, el mayor aporte que podemos dar a nuestro país. Porque un negocio que siembra paz, siempre cosechará esperanza.
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