Tras bambalinas, las mujeres sortearon los costos de la Revolución Mexicana

La heroicidad de las mujeres en la Revolución Mexicana se dio tanto en la defensa de poblaciones, como tras bambalinas, al hacerse cargo de los saldos de las batallas mediante eficientes cuerpos de enfermería, como la Cruz Blanca Neutral. Esta labor les sería reconocida años después, cuando ellas mismas solicitaron su veteranía al gobierno de México.

Con la ponencia Participación de las mujeres en el villismo, la historiadora Martha Eva Rocha Islas formó parte del curso- taller “El villismo y su legado. Reflexiones históricas”, organizado por la Secretaría de Cultura federal, a través del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), en el marco del centenario luctuoso de Francisco Villa.

La investigadora de la Dirección de Estudios Históricos (DEH) del INAH comentó que el espíritu humanitario del conjunto de mujeres que participaron como enfermeras voluntarias atendiendo heridos de guerra, encuentra su mejor expresión en el episodio del enfrentamiento que la profesora Beatriz González Ortega sostuvo con Villa, al día siguiente del triunfo y toma de Zacatecas, el 24 de junio de 1914, y que la transformó en heroína.

Recordó que Villa se hizo presente esa mañana en la normal de Zacatecas, donde su directora, Beatriz González, había instalado tiempo antes del asalto villista de la ciudad, un puesto de socorro con apoyo de la Cruz Blanca Neutral, que presidía el doctor Guillermo López de Lara.

“El general regresó por la tarde y pidió a la profesora delatar a los heridos de las tropas huertistas, a lo que ella se negó argumentando que allí no se encontraban ni oficiales ni soldados, sino que todos eran heridos y cuidados por igual.

“Se dice que esta respuesta desató la ira del Centauro del Norte. Al final, la profesora, así como López de Lara y el ingeniero Luis Rojas, otro miembro de la Cruz Blanca Neutral, fueron conducidos por órdenes de Villa para ser fusilados. Por fortuna, la ejecución no se llevó a cabo, y los tres pudieron regresar a sus puestos de socorro por 11 días más”, relató la historiadora.

Las soldaderas de la Revolución, detalló, procedían del campo o del sector más bajo de las ciudades, y se incorporaron a la “bola” por decisión propia o bajo el sistema de leva. Fueron también llamadas “galleta”, en tanto compañera sexual del soldado de tropa, y según la región del país, también fueron conocidas como guachas, indias, marías, juanas y adelitas, integradas a los ejércitos federal o rebelde.

“Aun cuando la jerarquía castrense buscó el alejamiento de las soldaderas del escenario bélico, las tareas de la alimentación y la limpieza personal de las tropas recayó en una multitud de mujeres que se desplazaba con los soldados improvisados”, anotó la investigadora.

Esto lo confirman testimonios como el del mayor villista Constantino Caldero, recogido por el proyecto Historia Oral de la DEH, en la década de 1970: Era una lata manejar a las mujeres, daban mucha guerra. En el frente, si las dejaba uno, iban a atender al soldado, pero procurábamos que no se nos arrimaran. También con niños. Era aquello un problema, el montón de mujeres arriba de los carros, cuando nos trasladábamos adentro de las jaulas, los caballos, y la gente arriba.

Una percepción distinta es la que dejó escrita la estadounidense Edith O’Shaughnessy, quien vivió en el país en esos años: Acompañan a los soldados en sus largas marchas; los cuidan, los alimentan, los curan y los entierran y, si acaso, llega a haber dinero, entonces se les paga. Todo lo van haciendo sobre la marcha, además de prestar al macho cualquier otro servicio que pudiera solicitar. Es sorprendente la abnegación con la que va por la vida.

La mayoría fueron víctimas de la violencia revolucionaria, subrayó Rocha Islas, al citar un episodio que asentó José María Jaurrieta en su libro Con Villa. Memorias de campaña (1916-1920), acerca del asesinato de 90 soldaderas carrancistas por órdenes de Villa, en Santa Rosalía, hoy ciudad Camargo, Chihuahua, prisioneras tras la toma de la plaza, el 12 de diciembre de 1916.

Estas atrocidades, como también lo fue la violación de mujeres en el sitio de Namiquipa, indicó, “corresponden a la etapa del Villa guerrillero, cuando debió replegarse a Chihuahua, entre 1916 y 1920, intentando ajustar cuentas con aquellos que pensaba lo habían traicionado. No obstante, este tipo de conductas se consideraban permisibles en un país en guerra, y fueron cometidas por los diferentes grupos revolucionarios”.

Concluyó que en sus indagaciones en el archivo militar no encontró ningún expediente de mujer empuñando armas en el ejército villista, “menos aún que hubieran participado dentro de la División del Norte, en su etapa de mayor esplendor. Más bien, las mujeres participaron a favor de Villa, previamente, en la defensa del maderismo”.

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