Aikawa (Japón), 19 abr (EFE).- Apenas 50 kilómetros separan Tokio de una pequeña ciudad cuya tasa de residentes extranjeros triplica la media nacional y que, con inmigrantes de hasta 45 países, muestra el cambio de paradigma que atraviesa el país.
Se trata de Aikawa, un municipio de casas tradicionales japonesas y fábricas rodeado de montañas y con la mayor proporción de residentes foráneos de toda la prefectura de Kanagawa, en la que también se encuentra Yokohama, la segunda ciudad más grande de Japón.
El 8,44 % de los 39.427 habitantes de Aikawa son extranjeros, un porcentaje muy superior a la estadística nacional (2,7 %) en el que predomina la nacionalidad peruana, seguida de la vietnamita, la filipina y la brasileña -con cifras similares-.
Recibiendo inmigrantes desde 1990
En 1990 empezaron a llegar a este municipio que alberga un importante polo industrial inmigrantes procedentes de América del Sur, principalmente de Perú, entonces presidido por el descendiente de japoneses Alberto Fujimori, que promovió las relaciones entre ambas naciones.
Carlos Galdós fue uno de los que llegaron. En 1991, dejó la universidad en su Perú natal para emigrar a Japón y ahora regenta en Aikawa una empresa de reciclaje de metales que emplea a peruanos, paraguayos y japoneses y que suministra materiales a empresas nacionales, pero también a compañías chinas y coreanas.
Como tantos otros latinos que viven en Aikawa y sus alrededores, Galdós frecuenta Tiki, el restaurante donde José Luis Uchima sirve desde hace algunas décadas platos típicos de la cocina peruana, como lomo saltado o papas a la huancaína.
Uchima aterrizó en Japón en 1987, ahuyentado de Perú por el conflicto armado que el país vivía en esa época. A su llegada, tuvo que trabajar en la construcción y asegura que, hasta que pudo “traer a la familia”, lo más “duro” fue la falta de compañía.
A Tiki también acuden japoneses, cuenta Uchima, y es que los autóctonos de Aikawa también son clientes de los negocios que los extranjeros han emprendido allí, entre ellos una panadería de Sri Lanka o la tienda Sabor Latino, del argentino Luis Poeta, que acerca comestibles latinos como alfajores, arepas, ají o Inca Kola al municipio.
Poeta llegó a Japón en 1993 “por un interés cultural” que le hizo quedarse. A diferencia de la mayoría de inmigrantes, que al trasladarse al país desempeñaban trabajos manuales en las industrias automotriz o de la construcción, él optó por ofrecer servicios de telefonía.
“Todo el mundo quería hablar con sus familiares y la comunicación en aquella época era muy cara”, cuenta el argentino, que recuerda sus inicios en Japón como una época donde “faltaba todo para atender a la comunidad extranjera”.
“Antiguamente, cada uno tenía que valerse de alguien que hablara japonés y pudiera acompañarlo porque no podía entender nada en la municipalidad, nada en el hospital… Todo era limitado al japonés. Si no hablabas japonés, nada”, describe.
Inmigración ante problemas demográficos
En un país de 125 millones de habitantes, el particular caso de Aikawa, con más de 3.300 extranjeros, refleja el cambio profundo que vive Japón, tradicionalmente cerrado a la inmigración pero que necesita cada vez más mano de obra extranjera al tener una de las poblaciones más envejecidas del mundo y una baja tasa de natalidad.
El ayuntamiento de Aikawa desarrolla políticas de asistencia a los inmigrantes, entre las cuales figuran, por ejemplo, medidas pensadas para que ocupen casas abandonadas, conocidas en Japón como ‘akiyas’, explicaron a EFE los funcionarios del departamento de planificación y política de la ciudad Ryosuke Kobayashi y Kojima Kenji.
La alta proporción de población extranjera en la ciudad también presenta retos. “El problema principal es el idioma porque hay gente de más de 45 países y territorios diferentes, lo que significa que se hablan más de 10 lenguas -entre las que predominan el español y el portugués-“, comenta Kobayashi.
Como solución, el consistorio ofrece servicios de interpretación, distribuye información de interés público en múltiples idiomas y planea crear este año un grupo voluntario de bomberos -muy comunes en Japón para preparar a la población ante posibles desastres naturales- cuyos efectivos hablen diferentes lenguas.
Integración al alza
El antes citado Poeta cuenta que los japoneses están “más abiertos” ahora a la inmigración y que el extranjero “llegó a madurar y a comprender que no necesariamente es el japonés el que tiene que entender” una lengua foránea. “Tiene que ser algo mutuo y nosotros somos visitantes”, admite.
Los peruanos Galdós y Uchima coinciden con el argentino en que la convivencia ha mejorado con el paso de los años. “Estoy bien acá, ya para quedarme”, bromea tras 37 años en Japón el hombre a los fogones del restaurante Tiki.
María Carcaboso Abrié