
Viajeras y librepensadoras, las escritoras suizas Ella Maillart (1903-1997) y Annemarie Schwarzenbach (1908–1942) encarnaron la emancipación femenina en una primera mitad del siglo XX aún muy conservadora para tantas otras mujeres, y sus vidas, algo olvidadas en las últimas décadas, han sido reivindicadas este año por la ONU a través de su registro Memoria del Mundo.
La Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) aceptó a solicitud de Suiza incluir los archivos de estas dos figuras en ese registro donde se incluyen importantes documentos de la historia de la humanidad, desde la Biblia de Gutenberg al Tratado de Tordesillas o el manuscrito de “Cien años de soledad” de Gabriel García Márquez, entre muchos otros.
A la Memoria del Mundo se unen ahora cartas, diarios, fotografías y otros muchos documentos de estas dos pioneras de los grandes viajes, a menudo en solitario, por lugares como África, la India, China o Persia, que se guardan en los Archivos Literarios Suizos de Berna, el museo Photo Elysée de Lausana y la Biblioteca de Ginebra.
Esta última institución, a petición de EFE, mostró a los medios algunas de las piezas más preciadas de estos archivos, guardadas bajo sistemas de vigilancia y en condiciones de temperatura y humedad que faciliten su conservación.
“Maillart y Schwarzenbach fueron dos mujeres inconformistas, que intentaron descubrir espacios de libertad, en una búsqueda existencial y espiritual a través del viaje”, resumió durante la presentación de los archivos la conservadora de la biblioteca, Paule Hochuli.
En la colección de Ginebra se guardan desde el diploma que logró Maillart en los Juegos Olímpicos de París 1924, donde fue la única mujer que compitió en vela, a sus cartas con el espía británico Peter Fleming, hermano de Ian Fleming, el creador de James Bond, con quien viajó por la Manchuria entonces ocupada por los japoneses.
La mayoría de los documentos de Schwarzenbach se conservan en Berna, pero en Ginebra hay archivados documentos que recuerdan el viaje que ella y Maillart hicieron en auto desde Ginebra hasta Kabul, un periplo en el que la segunda intentó, sin éxito, alejar a la primera de su adicción a drogas como la morfina.
“Fueron pioneras en el relato de viajes, con un espíritu independiente, autónomo, poco habitual en la época”, subrayó la conservadora de la biblioteca, institución que en 2011 también logró que los archivos de uno de los ginebrinos más célebres, el filósofo Jean-Jacques Rousseau, llegaran a la lista de la UNESCO.
Maillart comenzó su vida aventurera cuando de adolescente se interesó por los viajes a vela y junto a otra destacada mujer de la época, Hermine de Saussure, cruzaron en solitario el Mediterráneo entre Marsella y Atenas.
En los años 30 comenzará sus grandes viajes a Asia, continente que le fascinaba por sus grandes espacios abiertos como el mar, y atravesó a menudo sola lugares como el Cáucaso, el Turquestán chino o la India, donde pasó los años de la Segunda Guerra Mundial junto a gurús que le iniciaron en la espiritualidad hinduista.
Tras la contienda bélica adoptó una vida más sedentaria y contemplativa en su casa en los Alpes suizos, donde vivió hasta los 94 años, y en 1994, poco antes de fallecer, entregó ya una parte de sus cartas y documentos a la biblioteca ginebrina.
La vida de Schwarzenbach, más corta pero no menos intensa, estuvo marcada primero por el exceso en el bohemio y vanguardista Berlín de entreguerras, del que tuvo que escapar tras la llegada del nazismo, cuya ideología rechazó y condenó públicamente pese a las presiones de su familia para que lo aceptara.
De aspecto andrógino y abiertamente homosexual, tuvo múltiples amantes y admiradoras, aunque muchas de las cartas que intercambió con ellas fueron destruidas por su madre a su muerte.
Sola o junto a grandes amigos como Klaus Mann, hijo del escritor Thomas Mann que acabaría quitándose la vida, viajó a diferentes países de Europa, EEUU, el Congo Belga, la Unión Soviética o Persia, ilustrando sobre todo con sus fotografías los devenires históricos de los años 30 y 40.
Incapaz de vencer a sus adicciones y a problemas psicológicos derivados, Schwarzenbach falleció en los Alpes suizos tras un accidente de bicicleta en el que se lesionó gravemente la cabeza.
Las dos mujeres dejaron crónicas periodísticas, fotográficas y libros en los que relataron sus viajes y la evolución de sus vidas, desde “Oasis prohibido”, en el que Maillart contó su experiencia en Asia Central, o “Muerte en Persia”, con las impresiones de Schwarzenbach sobre el país hoy llamado Irán.
“La vida cruel”, escrito por Maillart, relata el viaje que ambas compartieron entre Ginebra y la capital de Afganistán, a bordo de un Ford.
EFE
Foto: EFE