
Es domingo. Caminaba solitaria por los pasillos del palacio la señora presidente. Las pinturas que adornan los muros hicieron volar su imaginación. Ella entre decenas de hombres que en su tiempo han dirigido el destino del país. Ella entre liberales y conservadores, entre caudillos y políticos profesionales. Ella al lado de su mentor “el (siempre) presidente Andrés”.
Mientras observaba los óleos de quienes la antecedieron en el poder, una idea asaltó la imaginación de Claudia. Se dio cuenta de que los regímenes siempre terminan. A unos les toma décadas, a otros solo unos cuantos años. Entonces se preguntó ¿Cómo será el final de la cuartatransformación?
Nunca se lo había preguntado. Toda su energía y todos sus afanes han estado destinados a destruir las leyes y las instituciones que hacen posible la competencia por el poder. Ella cree ciegamente en la superioridad moral del pueblo y de quienes, como ella, son sus dirigentes. No hay límites éticos para aquellas acciones destinadas a evitar que los opositores conservadores y neoliberales puedan disputar el poder.
¿Y si algo sale mal?
Imaginar la posibilidad le heló la sangre, por un momento tuvo dificultades para respirar. En ese instante posó su mirada en la figura de Porfirio Díaz, “hasta tu te derrumbaste y te tuviste que ir a morir a Francia”.
Luego reflexionó.
Mantener el control político del país es cada vez más difícil. La destrucción institucional de la democracia y de los partidos opositores permite que surjan figuras mesiánicas desde la derecha ideológica y desde el sector empresarial, las que han ganado poder e influencia dentro y fuera de México. Por otra parte, están los cacicazgos locales surgidos al interior de MORENA, muchos de ellos aliados con el crimen organizado, a los que se les puede atacar o consentir, es una situación muy delicada. Por si fuera poco, tiene que administrar la voracidad de una nueva clase de militares enriquecidos y empoderados.
Claudia se dio cuenta de que su problema no son el PRI ni el PAN, ni las clases medias ilustradas, ni los intelectuales o la prensa independiente. El germen de la destrucción de la cuatroté nació y crece como consecuencia de las ambiciones y las decisiones irreflexivas del propio régimen.
La coyuntura del gobierno es, además, muy delicada. Un presupuesto restringido y acotado. La deuda pública crece a pasos agigantados. La economía estancada, la confianza de los inversionistas no regresa, no hay generación de empleos.
El gobierno pronto tendrá que elegir entre pagar el servicio de la deuda, pagar salarios a la burocracia, cortar programas esenciales o dejar de pagar programas sociales. La persecución fiscal como medida recaudatoria también tiene límites prácticos. Muchos empresarios preferirán cerrar sus negocios o moverlos a la informalidad como protección ante el acoso gubernamental.
El futuro próximo se dibujó sombrío en la conciencia de la presidente. Sola y abrumada por el peso de la historia, se siente observada por los hombres que la antecedieron en el cargo. Sintió que la cuestionaron ¿Cuál será tu herencia como la primera mujer presidente? ¿Un México gobernado por la delincuencia organizada y por militares corruptos? ¿Un México corrido hasta sus entrañas por el crimen? ¿Un México empobrecido y más desigual? ¿Un México sin libertades, instituciones débiles, sin Ley y sin jueces imparciales? ¿Un México en que predomina la desconfianza, el fraude y el conflicto electoral? ¿Un México en el que solo prosperan los que vuelven dóciles al gobierno?
Se dio cuenta también de que el poder de la cuartatransformación no es tan importante. El juicio de la historia ya pesa sobre ella.
Amable lector. Este texto es un ejercicio de mi propia imaginación. Deseo al igual que millones de mexicanos que la presidente se haga consciente del peso de sus decisiones. Gracias por leerme.
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