De Cholula cubierta de ceniza a la muerte de Tenoch: las erupciones pasadas del Popocatépetl

Cuando en el año 1 Caña (1363 d.C.) hizo erupción el Popocatépetl, esto se consideró como un evento que consagraba el nacimiento de la ciudad de Tenochtitlan, en coincidencia con la muerte del dirigente que consolidó el Estado mexica: Tenoch. De manera que el proceso civilizatorio del Altiplano Central no puede comprenderse sin la presencia del volcán, el cual surgió hace 22,000 años, acontecimiento que solo atestiguó la megafauna que habitó el área.

Esta historia paralela la relata el arqueólogo de alta montaña, Arturo Montero García, colaborador de diversos proyectos del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), organismo de la Secretaría de Cultura federal. El especialista recuerda que el actual momento eruptivo de la segunda montaña más alta de México, comenzó hace casi 30 años, y la primera vez que los seres humanos presenciaron una de sus erupciones fue hace 14,000 años.

El Popocatépetl se eleva 5,400 metros sobre el nivel del mar, y es, entre los cientos de montañas que conforman el Eje Volcánico Transversal, un parteaguas que divide geológica y ambientalmente las regiones de Centroamérica y Norteamérica. Fue esta dinámica vulcanológica la que determinó un suelo fértil que posibilitó la prosperidad de aldeas desde el primer siglo de nuestra era, refiere el profesor-investigador de la Universidad del Tepeyac.

Tiempo después, el coloso hizo erupción obligando a los aldeanos de Cholula a emigrar, pues la región quedó cubierta por ceniza volcánica. Sin embargo, eso no significó el fin de Cholula que, hacia 100 d.C., se renovó con la ampliación monumental de su pirámide.

Por desgracia, añade, aproximadamente en 750 d.C., el Popocatépetl hizo erupción de nueva cuenta: “durante ese suceso, se depositaron hasta 30 centímetros de ceniza sobre Cholula, y aún se debate si las avalanchas de lodo, denominadas lahares, destruyeron el área habitacional y si esto orilló a la desocupación de la ciudad sagrada”.

Sobre la referida erupción de 1363 d.C., según quedó registrado en la Crónica Mexicáyotl, Montero García reitera la coincidencia con el fallecimiento de Tenoch, un personaje tan importante que su sucesor y primer tlatoani de los mexicas, Acamapichtli, le rindió homenaje cambiando el nombre de la ciudad, otrora Cuauhmixtitlan, “Entre nubes del águila”, a Tenochtitlan.

El colaborador del Proyecto Eje Conservación del Patrimonio Cultural y Ecológico en los Volcanes, del INAH, refiere que Popocatépetl ha sido la denominación más común del volcán desde el siglo XVI, derivado de los vocablos nahuas popoca (humo) y tepetl (monte): “Monte que humea”, en referencia a sus fumarolas.

No obstante, su nombre más antiguo, probablemente para 1000 d.C., fue Xiuhtépetl, “el monte de fuego”, en alusión a los flujos de lava, y tuvo uno más: Xalliquéhuac, “lluvia de arena” (citado así por Chimalpahin, en 1347 d.C.), en mención a la ceniza que cae del cielo.

El arqueólogo propone que el Popocatépetl guarda relación con la arqueoastronomía. El doctor en Antropología Simbólica realizó observaciones de horizonte desde el Tlachihualtépel, en Cholula, y determinó que los días 9 de marzo y 4 de octubre, cuando el santoral católico venera a san Gregorio de Niza y a san Gregorio Magno, respectivamente, el sol alcanza el cenit y se oculta en la cumbre del volcán.

Asimismo, precisa que la primera fecha, 9 de marzo, coincide además con las celebraciones más antiguas a la diosa mexica de la fertilidad y los bienes agrícolas, Chicomecóatl: “este imaginario guarda una cohesión racional interesante entre las poblaciones cercanas al volcán, hasta el día de hoy, cuyos pobladores (alrededor de 20 millones) consideran una obligación llevar ofrendas a ‘Don Goyo’, y a su mujer, ‘Rosita’, el Iztaccíhuatl”.

El relato que romantiza al Popocatépetl y el Iztaccíhutal tiene antecedente en la narrativa del siglo XIX, recopilada por el antropólogo Fernando Horcasitas. La leyenda le fue contada en náhuatl por Luz Jiménez, mujer originaria de Milpa Alta.

“Esta tradición identitaria de la montaña traspasó el tiempo y llegó a la formación nacionalista del Estado mexicano, en el siglo XX, difundiéndose en calendarios con las magníficas ilustraciones de Jesús de la Helguera, donde el coloso servía de fondo a la patria llevando a un niño con libro en brazo; o encarnado en un portentoso guerrero águila que velaba el sueño eterno de su amada Iztaccíhuatl”, finaliza Arturo Montero.

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