La esperada secuela de Pixar, Intensamente 2 (Inside Out 2) llegó a los cines hace solo unas semanas y se ha convertido ya en la cinta más taquillera de lo que va del 2024, superando los mil millones de dólares en recaudación a nivel mundial en solo 19 días; un record histórico para una cinta animada en su tiempo en proyección, dejándonos muy claro que la audiencia sabe responder a una buena película pues además de todo, las críticas ante esta segunda entrega han sido fenomenales. Todos elogiamos el gran reparto, la inteligencia de la trama y la tan formidable y excepcional manera en que se trata un tema tan difícil y complejo de abordar de forma tan clara como el funcionamiento de las emociones y la definición de la identidad propia. Una cinta bastante completa e inteligente que nos demuestra por qué fue tan esperada todos estos años.
Y fue justo esta dominante aceptación por parte del público que me hizo cuestionarme ¿a qué se debe el éxito de la película? Contexto, sabemos que es una cinta animada para toda la familia y “dirigida” a un público infantil (o al menos niños y adolescentes por la evolución de la trama respecto a la primera); pero el público adulto predominaba en la sala de cine en mi función. Si, podría ser que un domingo a las 9 pm no sea precisamente la matiné dominical, pero justo eso; por qué entonces estábamos frente a una sala llena para una cinta familiar en lugar de ser abarrotada la sala de “Bad Boys” o “Un Lugar en Silencio”, en su primer fin de semana.
Sé que la respuesta es segura, por una parte los adultos somos (no hablando de mí, sino de los millenials como grupo de estudio) fans de Pixar y Disney en general y es innegable la calidad de estás 2 películas en cuestión pero, hay algo más en el efecto que “Intensamente” genera en nosotros el público adulto; algo que justo va de la mano de las nuevas generaciones y que es un tema de gran relevancia en toda la última década y sabemos que no es sorpresa, hablamos de la salud mental.
Conforme pasan los años y por los tiempos en que vivimos, poco a poco nos vamos hundiendo en ese mar de experiencias, recuerdos, emociones atrapadas y vivencias que muchas veces no pudimos, no supimos ni aprendimos a resolver o desenredar, y para nosotros gente de treinta en adelante, aunque poco a poco somos más consientes, la idea de resolver nuestros problemas personales en terapia sigue siendo un tabú de cierta forma. Eso sí, ha pasado de ser algo impensable e innecesario a un lujo; algo que nos gustaría pero no es prioridad, sobre todo porque al igual que para generaciones anteriores a la nuestra, crecimos con la idea de que “si no está sangrando, tu cabeza no necesita cuidado” (y si estás triste, solo no lo estés).
Por eso una cinta que supone entretenimiento puro, aunque magistralmente elaborada, puede ser una bocanada de aire para alguien que se está ahogando en sus propias emociones; porque implica esa empatía, esa sensación de no estar solo en ese difícil andar que representa el saber quién soy y lo que me define, lo que de verdad siento y quiero, aun cuando no somos para nada unos niños como Riley, la protagonista; y es ese el nivel más complejo de este fenómeno social, que esa empatía, esa identidad que podemos tener con la protagonista de escasos 13 años, no viene de la mera nostalgia de nuestros años mozos ni de recordar tiempos mejores; viene justo de como más de 20 años después podemos seguir padeciendo muchas de las emociones que una pequeña en pantalla recién empieza a vivir, que son emociones de todo ser humano en todo momento de su vida pero en realidad no llegamos a comprenderlas satisfactoriamente en pro de una mejor calidad de vida.
La presión de ser quien debes y no quien quieres, la ansiedad por los logros, el sufrimiento por las perdidas; emociones tan “básicas” y al mismo tiempo tan complejas que realmente nunca aprendemos a digerir, a saber lidiar con ellas, solo lo hacemos de la mejor forma que le encontramos “maña”. Y a esta conclusión llegué cuando, días después comentaba con una amiga que algo en la cinta me faltaba, algo que no me habían dado y me dejó una sensación incompleta. Claro, después de hora y media de película entendí un poco como funcionan mis emociones, mis recuerdos, mis experiencias; pero no me dieron un manual para aplicar en mí. Fue como ver toda la teoría pero no tener un caso práctico personal de estudio, por eso algo me faltaba, porque la sensación de ¿y cómo resuelvo el funcionamiento de mis emociones? se quedó ahí, como una espinita clavada, como un ¿ahora qué hago con esta información?
La cinta sin duda sabe explotar un tema tan relevante, incluso adelantado un poco a su época considerando la que primera parte la vimos hace 9 años, pero que despierta más y más en nosotros como público y como individuos esa necesidad de vivir entendiendo un poco mejor nuestra cabeza y tratando de resolver esos nudos atorados que hay, todo para tratar de vivir una vida saludable… mente.
POR ANGEL SARMIENTO
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