Desde Washington, las elecciones en Estados Unidos se ven de un modo peculiar.
Prácticamente nadie hace campaña, salvo una concentración en el Nacional Mall a favor de Kamala Harris, para lo que se venden playeras de la candidata demócrata en 10 dólares.
La vida cotidiana sigue su curso. El fin de semana de halloween alegra la ciudad.
No se ven pancartas, vehículos con calcomanías y mucho menos publicidad impresa.
La guerra de la campaña está en los medios, en las redes sociales y territorialmente en los siete estados “visagra”, donde hacen de todo por conseguir uno o dos votos.
Las encuestas revelan que los ciudadanos están indecisos. O al menos no parecen estar diciendo la verdad. Porque es cierto que hay una acentuada polarización, pero también es claro que algunas mujeres no quieren decir que votarán por una mujer que además no es blanca.
Mientras que a los hombres que probablemente podrían votar por Trump, también les averguenza reconocerlo, y entonces el empate técnico no lo es tal, sino que puede darse una sorpresa el próximo martes.
Lo cierto es que el expresidente Donald Trump, como es, polarizó con los ataques a los que nos tiene acostumbrados y ha estirado la liga sin saber que no le romperá en la cara.
Y la progresista Kamala está concentrada en enviar mensajes a la comunidad latina que poco había atendido en su larga campaña como servidora pública y hoy como candidata, con una meta de recaudación de 37 millones de dólares.
Para ganar, deben conseguir 270 votos de los 538 del Colegio Electoral, labor que es titánica y hoy, ninguno de los dos, puede decir que los tiene en la bolsa.
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