Se dice que: el que no ríe es que no existe que el día peor empleado es aquel en que no se ha reído.
Agustine Og Mandino, señalaba en sus enseñanzas: nunca permitir que me vuelva tan inteligente, tan sabio, tan grave y reservado, tan poderoso, que me olvide de reírme de mi mismo y de mi mundo.
Y William Shakespeare nos aconseja “Para conseguir lo que quieres te valdría más la sonrisa que la espada”.
Todo lo anterior lo señalo porque “DON JUAN TENORIO TUVO MIEDO”.
“Era el 2 de noviembre de 1894. La Compañía Martínez, haciendo honor a inveterada costumbre, representaba el “Don Juan Tenorio” en el Teatro Principal. Clemente Martínez, el galán joven, debutaba como primer actor, haciendo el papel del protagonista. Numeroso público asistía a la representación, aplaudiendo a Carmen Martínez, en la doña Inés, a su mamá Piedad Flores en la Brígida, a Pablo Tello en el don Luis Mejía: y a Clemente, a pesar de los gritos con que matizaba la declamación.
Habíamos llegado a la segunda parte del fantástico drama. El Tenorio, bravucón como siempre, después de su éxtasis ante el sepulcro de doña Inés, arremetía contra el Comendador y las demás victimas de sus
hazañas. “Para todos tengo aliento y tengo manos”: decía muy jactancioso. “Yo soy vuestro matador, como al mundo es bien notorio. Si en vuestro alcázar mortuorio me aprestáis venganza fiera, daos prisa, aquí os espera, otra vez, Don Juan Tenorio”. Así vociferaba Clemente Martínez, llevando su diestra a la espada, cuando se deja sentir un temblor de tierra, imponente como pocos, que sembró el pánico entre la concurrencia. Todo se movía, atrayéndose las filas de las lunetas unas a otras. Los espectadores, de rodillas, elevaban preces a Dios, Los niños lloraban, espantados. El apuntador saltó de la concha al foro, Los “muertos” dejaron sus tumbas, anticipadamente, uniéndose al pavor general. Y, en medio de
todos, el valientísimo Don Juan, temblando de susto. ¡Hasta que tuvo miedo el Tenorio!. La cosa no fue para menos. Pepe Mendizábal, en sus efemérides, apuntó la de ese día memorable en estos términos:
“Fuertísimo (sic) temblor, a 6 h. 35 m. de la tarde que abarcó una gran parte de la República, comprendiéndose casi todo el Estado de Puebla. Se inició por un movimiento de trepidación. En seguida varias oscilaciones fuerte de N. a S., cambiando después de F. a O. y, por último, de S.E. a N.O. en Puebla sonaron las campanas por sí solas, y quedó muy cuarteada la torre de San Francisco, y varias bóvedas y los arcos que sostienen la cúpula de la Compañía.
Yo, jovencito de diecisiete años, estaba entre la concurrencia del Principal, con mis papás y hermanos, aquella tarde de noviembre”.
Lo anterior que nos hizo esbozar sonrisas, fue escrito por el autor poblano Enrique Gómez Haro y consta en el libro HABLAN LAS CALLES, un libro con contenido que podemos llamar excepcional y grandiosamente histórico.
Enrique Gómez Haro fue un ilustre ciudadano poblano, que como escritor y poeta entregó a su ciudad una magnífica colección de obras literarias.
Recibió múltiples reconocimientos, por ello y por ser un hombre de bien ciudadano de indiscutible valor cívico, honrado, ejemplar padre de familia: nuestro reconocimiento al poblano ilustre, talentoso y discreto con la humildad de su indiscutible valía personal en todos los sentidos de su vida.